El primer post del año y sigue siendo triste. Está a punto de terminar el primer mes del año y la lista de caídos en combate ya es tan grande que casi abarcaría la de todo un año. Caen las voces y mentes de las artes y la música, pero no cambia la tiranía fiscal que asfixia a toda una cultura. La cual, por cierto, sobrevive como puede, porque para los que llevan las varas de mando es una mala hierba, que nunca termina de morir. 

De momento 2016 no es un buen año. El año 16 que dicen los rancios y Rajoy, que incluso cuando intenta ser sintácticamente correcto suena a leguleyo de provincias de principios del siglo XX. Un año biológicamente malo por las figuras que hemos perdido (David Bowie, Ettore Scola, Glenn Frey, Alan Rickman…), especialmente en la música, pero también porque la corrección de abusos fiscales que estrangulan la industria cultural española se demora más y más. Seguimos sin ley de mecenazgo, con el IVA en el 21% y la soga de Bruselas apretando. Hemos perdido a David Bowie, un tipo único capaz de influir sobre tres generaciones de músicos en Gran Bretaña y fuera de ella, ecléctico, único, que dio tantos bandazos como para ser, quizás, el único músico y autor al que no podemos etiquetar de ninguna forma salvo como “Bowie”.

Aquí, en España, hoy, sería casi imposible generar o albergar un Bowie ibérico, entre otras razones porque le estrangularían fiscalmente en cuanto lograra vender la obra de arte, el libro, el disco o el diseño de su autoría, le quitarían cualquier tipo de subvención posible; arruinarían las editoriales, galerías o discográficas que le podrían dar una oportunidad porque el IVA y la fiscalidad agresiva estilo corsario caribeño del gobierno las aplasta (y eso que la derecha se presupone defensora de la empresa privada, una incongruencia más)… También escamotearían fondos para las becas que necesitaría para aprender, quitarían horas de Bellas Artes, filosofía, literatura o música en su instituto, no habría profesores para instruirle y poco a poco estrangularían todo futuro que no pasara por una bohemia casi obligada. Quizás fuera listo y lograra buscarse la vida en ese universo paralelo que es internet, pero probablemente la larga mano de Hacienda le alcanzaría, o la burocracia. Al final tendría que hacer lo que la mayoría: emigrar.

Y así, pasando de una soga a otra, anda la mala hierba de la cultura española, ese grupo odiado profundamente por una gran minoría de ciudadanos que prefieren vivir en la ilusión de un mundo previsible, ordenado, sometido y sin clavos que sobresalgan del tablón. Históricamente se ha demostrado que las sociedades más heterodoxas son las que llegan más lejos, no sólo culturalmente, también social y económicamente. Un ejemplo burdo pero verídico: Atenas siempre fue más rica que Esparta, un sistema abierto frente a otro cerrado. Esparta ganó en la guerra a los atenienses, pero mientras la ciudad de Leónidas hoy sólo son un montón de ruinas cubiertas de hierba y matorrales la capital del Ática sigue en pie. Pobre, pero en pie. Si es el dinero y el vil metal lo que les mueve no hay forma de entender que saqueen los bolsillos de todos con los impuestos como picas en formación de infantería. Matan una industria que genera empleo e ingresos para el Estado, pero por alguna razón prefieren sacrificar ese dinero con tal de ver caer a los que les señalaron con el dedo, como si el resto de la gente no pensara lo mismo que ese enemigo imaginario con la cara de Javier Bardem, Antonio Muñoz Molina o cualquier músico que cante lo que ve.

Nadie sabe si deberle dinero al Banco Central Europeo, el Eurogrupo y a la Unión Europea es mejor o peor que debérselo a China, a Rusia o a la Mafia siciliana, pero empieza a ser algo aproximado por el erial que dejan a su paso los burócratas a los que NADIE ha votado, ni elegido y cuyo control brilla por su ausencia. En el fondo el problema de España no es tanto el PP en la Moncloa como los que se sientan en Bruselas y toman decisiones sobre el país. Y una vez más, sin control democrático real y efectivo. En las Trece Colonias bramaban aquello de “no habrá impuestos sin representación”, uno de las justificaciones para rebelarse contra Londres. Aquí ya muelen grano las cabezas, pero al final nunca pasa nada. Hubo unas elecciones en las que se juntaban todas las oportunidades posibles, y volvieron a ganarlas. Algo ha fallado, y no es el propio sistema sino sus unidades, esos ciudadanos que prefieren mirar para otro lado incluso contra sus propios intereses.

Sus hijos siguen sin un sistema educativo útil, en una sociedad mediatizada por el mínimo común denominador, donde no se lee, donde se obliga a los autores a elegir entre cobrar una pensión (que les pertenece por derecho pero que los ministerios de Empleo y Hacienda le quitan si no accede a decantarse) o vivir de los exiguos beneficios que le quedan en un país que no consume suficiente cultura. Se ceban con los débiles pero luego no se atreven con las grandes corporaciones, que se comportan como una reunión de amigos en el hotel Marriot de Chicago en los años 20 (ya saben a qué nos referimos…). Se hacen amnistías fiscales de millones de euros pero se persigue a los autores hasta las últimas consecuencias. Y cuanto más dure la actual vara de medir (que va de Moncloa a Bruselas pasando por la Cancillería en Berlín), peor nos irá a todos. Mientras España se desangra culturalmente otras naciones no cambian su estilo. Quizás la pregunta más sensata, y da igual ser de izquierdas o de derechas, es ¿por qué hacemos esto que arruina el futuro de todos?