Pocas cosas estimulan más al ser humano, especialmente para esa minoría que basa toda su existencia en el desafío intelectual, que romper las fronteras de lo posible y llevar a nuestra especie un poco más allá de lo que se determina por barreras biológicas y por sensatez. Por eso enviar a un ser humano o varios a Marte es una locura, tan innecesaria (porque los humanos somos producto de la evolución en este planeta, no en otros) como fundamental para poder progresar.

Seamos sinceros: va a ser difícil, costoso y un poco absurdo enviar a un ser humano a Marte. Se podría llegar a hacer, claro, pero no deja de ser un poco frívolo empeñarse en reproducir las condiciones básicas de la vida humana (aire respirable, agua, comida, protección de la radiación solar y cósmica…) en lugar de hacer lo que terminaremos haciendo por sistema: enviar máquinas. En la NASA hay un proverbio moderno surgido de la experiencia de las misiones tripuladas donde el factor humano condiciona recursos, factores y tecnología: “Lo primero que verán los extraterrestres de la Humanidad serán sus máquinas inteligentes, no a los seres humanos”. Actualmente la exploración espacial vive su segunda edad de oro gracias, en parte, a que ya no enviamos humanos sino máquinas más compactas, pequeñas, avanzadas y con formas de recarga energética más inteligentes: nuclear y solar, principalmente, por no hablar de ese gran truco que es la “catapulta planetaria”, donde la gravedad de la Tierra o de Marte se usa para acelerar sin consumir energía y luego salir a toda velocidad.

Viene a la memoria la reacción de estupor que hubo en una minoría de divulgadores y científicos cuando la misión New Horizons alcanzó Plutón: la sensación de que ya no había nada más lejano, de que hiciéramos lo que hiciéramos los humanos ir más allá sería absurdo porque nuestra vida no daría para alcanzar metas más lejanas. La distancia que hay con la siguiente estrella es de un mínimo de un año luz, tan lejos como inabarcable para un ser humano. Es un enfoque muy humanista en el fondo: con una esperanza de vida media de entre 70 y 80 años, una debilidad estructural sorprendente (recordamos, no fuimos hechos para el espacio y sus condiciones) y una concepción emocional de la vida es improbable que viajemos más lejos de eso. Por eso Marte es, por así decirlo, nuestra última frontera posible. A partir de ahí toda misión tripulada será un suicidio en toda regla. Nuestra tecnología actual, y la futura en las próximas décadas, no lo hará posible. Ceres, Europa, Ío, Ganímedes, Encélado, Titán… todos los lugares prometedores están extremadamente lejanos y lo más sencillo y civilizado no es desperdiciar recursos.

El orgullo humano tendrá que entender que somos seres limitados físicamente y que nunca podremos sobrepasar determinadas fronteras espacio-temporales. Está muy bien esa teoría de los agujeros de gusano o el viaje a otras dimensiones… pero eso son teorías sobre el papel que sirven para ‘Interstellar’ u otras piezas de ciencia-ficción, pero no para lo que somos hoy, lo que seremos mañana y pasado. Quizás, algún día, haya naves gigantescas dentro de asteroides que con ayuda de propulsión suficiente puedan plantearse viajar como colonias humanas durante cientos de años para llegar a algún lugar. Pero, de nuevo, eso es ciencia-ficción. No podemos plantear nuestro futuro en esos parámetros. Por eso la frase de los miembros de la NASA es tan certera: las máquinas serán la carta de presentación humana, cada vez más inteligentes, más autónomas, más distantes, cargadas con nuestro planteamiento del espacio, el tiempo y con órdenes claras allí donde lleguen. Y mientras, a miles de millones de km, años luz quizás, la bola azul seguirá encerrando a la mayoría de la Humanidad. Y Marte es el primer paso. Lo de la Luna fue un ensayo a pequeña escala.

Ahora mismo hay más máquinas sobre Marte, alrededor de Marte o rumbo a Marte que nunca. Y quien dice el planeta rojo habla de Saturno y sus lunas con la nave Cassini, o de Plutón y Caronte con la New Horizons. La cuestión es que la Humanidad aprendió la lección: menos costes, menos riesgos, más instrumental y, sinceramente, es más cómodo dar órdenes desde la Tierra a dejarlo todo en manos de un astronauta que puede no tener el día. Por supuesto el factor humano será decisivo en muchos campos, pero en este supone un riesgo enorme. Pero se hará: es, como decíamos más arriba, una de esas rupturas de horizontes naturales que hacen que nuestro mundo avance. Es necesario hacerlo, intentarlo hasta conseguirlo. La perseverancia ante el fracaso o el riesgo es una condición indisociable de la naturaleza humana, un tanto suicida en estos aspectos. La evolución no nos dio aletas para nadar, pero somos capaces de bajar hasta lo más profundo de los océanos o bajar cientos de metros en el agua sin botellas de oxígeno. No tenemos alas pero eso no impidió que voláramos.

Todo nuestro ser biológico como animales pensantes se basa en tres condiciones: gravedad, respiración y alimentación, lo que incluye el agua y determinados compuestos básicos indispensables. Somos lo que somos por esas tres condiciones: nuestra altura y disposición de órganos internos está determinada por la actual gravedad terrestre y el bipedismo; además, como el resto de formas de vida, tenemos que consumir oxígeno (más otros gases) para que las células sobrevivan, y sobre todo hay que comer para alimentar el cuerpo y que tenga energía que consumir. Todas las formas de vida existentes hacen lo mismo de una manera u otra, de un compuesto u otro. Sin falta uno de los tres marcos el cuadro es un desastre. El único del que podemos prescindir temporalmente es el de la gravedad, pero tiene efectos internos no muy seguros. Sin embargo no hay en el Universo conocido otro lugar donde se den las condiciones naturales para albergar vida humana. El único es quizás Marte, pero aún así es ambiente brutalmente inhóspito para la vida (temperaturas por debajo de los 50 bajo cero, radiación solar y cósmica, falta de oxígeno y abundancia del tóxico CO2…).

Así pues toda misión humana a Marte obligará a reproducir un mínimo de condiciones ambientales para un viaje de ida y vuelta. Y lo que parecía relativamente accesible para ir y volver a la Luna, que está a “horas de distancia”, no vale para Marte, que obligaría a un viaje de casi un año (o más) incluso en su paso orbital más cercano a la Tierra. Lo sencillo sería enviar una generación de máquinas tras otra al planeta rojo y optar por empezar el largo proceso de construcción de una sede permanente, dotarla de un sistema de filtración de aire, de contenedores de agua, protecciones contra la radiación y, quizás, invernaderos para producir alimentos. Después, con todo hecho, se enviaría a los humanos. Eso supondría que no pisaríamos el planeta antes de 2060, como poco. Pero hay prisas. La NASA dice que 2030. Una fecha demasiado cercana que probablemente se traduzca en 2040. Quién sabe dónde estaremos para entonces. Probablemente todavía en la bola azul, verde y ocre (esperemos que todavía quede de los dos primeros).