No hay dinero para nada, para nadie. Ni para celebrar a Cervantes como se merece. Si en lugar de ser español hubiese sido francés, alemán o británico todo el planeta retumbaría con el aplauso cerrado, las ediciones, conferencias, exposiciones y mil fiestas culturales más. Pero las penurias económicas son fáciles de combatir: sólo hace falta leer. Pero eso es todavía exigir más que una bolsa de monedas.
A Shakespeare, que comparte año de muerte con Cervantes, lo van poco menos que a santificar en el mundo anglosajón. Y con toda la razón del mundo: aunque la literatura en inglés tiene una fuerza inmensa que lo aborda todo, y a todos los niveles, la lengua inglesa no ha vuelto a superar las cotas de humanismo y delirio lingüístico del Bardo de Stratford-upon-Avon, una vida llena de misterios y miles de peros a la versión oficial. En este lado del mundo, sin embargo, las cosas son distintas. No sólo porque la caja del dinero hace eco por dentro, y donde no hay fondos no se puede inventar. Durante décadas la clase política y económica gastó el dinero propio y ajeno como si no hubiera un mañana, y el resultado es una deuda que todos vamos a pagar miserablemente. Pagamos los excesos ajenos, la inmoralidad y la corrupción. Y ahora, cuando más necesitaríamos que hubiera billetes para celebrar a Cervantes, por ejemplo, no hay ni las migajas.
Así que sólo queda un tributo, el mejor posible en el fondo, y es leer a Miguel de Cervantes, y también a William Shakespeare, su compañero de fatigas en la distancia. No hay mayor homenaje a un escritor que darle una oportunidad y leerle. Además es un acto reivindicativo frente a la miseria cultural nacional: en la España de hoy leer es todo un acto de resistencia, porque a nadie (menos al poder, que recorta fondos de educación y propone leyes de educación sucesivas llenas de mediocridad) le interesa en el fondo una ciudadanía culta que engrandece a sus propios mitos nacionales. Cervantes lo es, infinitamente más digno que cualquier caudillo militar, rey, presidente, líder religioso o figura popular imaginable. Él es la verdadera identidad de una sociedad y un país. Sólo hay que abrir sus libros para encontrarla. Por desgracia no habrá dinero, pero hay ojos para leer, que es conocimiento y reivindicación.
La lectura es un acto de fijación del conocimiento: el que lee asimila datos con una estructura concreta, canalizados para que puedan quedar en la memoria y ser usados luego. Escribir y leer es la segunda forma de transmisión de conocimiento que inventó el ser humano después de la oral, que fue la más primitiva. Pero el cerebro humano aprende más cuando lee que cuando escucha o ve: la fijación de la información con una estructura lógica ha demostrado ser más útil. La Humanidad avanzó con más fuerza cuando todo quedó fijado y por escrito. Ensayos, poemas, novelas, relatos cortos, largos o medios, formatos que nos ayudaron a crecer como cultura y como especie. La lectura permitió que las creaciones mentales de Cervantes pasaran de una generación a otra, que alumbraran la identidad de todo un país frente al paso del tiempo. Por eso es vital aprender a leer y a escribir, para conectar con el mundo creado más allá de nuestra condición de simples monos depilados.
En una historia tan complicada como la de España, llena de errores humanos, sociales, caprichos del destino, oportunidades perdidas y muy mala política de comunicación, los símbolos culturales deberían ser el santo y seña de todo acto de reafirmación. Los españoles no deberían definirse por tradiciones, costumbres o mitos históricos de dudosa legitimidad, sino por el acto sincero de reivindicar a los hombres y mujeres que forjaron todo lo bueno que podemos aportar al resto del mundo, en las letras, las ciencias, el arte, la filosofía o cualquier disciplina que ensanche a nuestra especie, desde Gregorio Marañón a Ramón y Cajal pasando por Jovellanos, Lope, Quevedo, Gracián, Lorca, Picasso, Velázquez, Dalí… Aquellos que nos han dado honor, conocimiento, identidad, mucho más allá de símbolos políticos y religiosos vacíos de sentido y siempre en manos de manipuladores.
Pero por desgracia el nacionalismo, salvo muy escasas excepciones, bebe más de la mitología popular y de los actos de violencia histórica que de los grandes momentos. El Barrio de las Letras de Madrid sería la envidia de todo el planeta, una zona entera de Madrid por donde pasaron todos los grandes escritores, un rincón único que todavía conserva gran parte de su legado arquitectónico y cultural. Salvo por un par de detalles apenas son reivindicados. Un triste ejemplo de cómo dejamos atrás lo mejor de nosotros mismos. Así pues, hagan un pequeño acto de fe, por su cultura, su verdadero país (libre de mitos deshumanizados), y lean como si no hubiera un mañana. Y si es a Cervantes, mejor todavía. En sus líneas escritas hace más de 400 años se verán reflejados como nunca antes.