Tenemos un problema muy serio: una mayoría de empresas españolas siguen el dictado del cliché de Juan Rosell de trabajo barato e ineficaz; pagan mal, tratan peor y no piensan en el futuro. El resultado es que, salvo las más grandes, las empresas españolas son un espejo de todo lo que no hay que hacer. El siglo XXI será el de los trabajadores avanzados y proactivos, no el de los esclavos de usar y tirar que los clichés ibéricos buscan.

Cualquier cosa propia del ser humano que no implique los sentimientos (que no se pueden racionalizar y por tanto es absurdo intentar dominarlos, sólo hay que surfearlos si se dejan) funciona mejor y mejora si se aplica un poco de gestión detallada, racionalismo práctico, apertura de miras, control y evaluación. Es la base de todos los sistemas de gestión de calidad que han convertido la industria humana en algo que funciona. De los efectos ya se puede hablar otro día. Pero lo cierto es que todo lo que aplica esa gestión donde lo que importa es el resultado final y su calidad, avanza. Los que se limitan a cumplir el expediente puede que funcionen, pero nunca a más del 50% real de lo que deberían. Y de estos polvos derivan estos lodos laborales donde la punta del látigo manda más que las neuronas. Y cuando por fin lo tienes claro y te das cuenta de que hay que ver el bosque y no los árboles, que hay que pensar a largo plazo y derribar todos los tópicos y predeterminaciones ideológicas de la gestión diaria, aparece Juan Rosell (presidente de la CEOE) y dice esta gilipollez: “El trabajo fijo y asegurado es un concepto del siglo XIX, no de este siglo”.

Si otorgamos el beneficio de la duda a Rosell, ingeniero de formación y ejecutivo de profesión, de que en algún punto entre sus neuronas y la boca hubo una mala conexión sináptica que hizo que su frase tuviera otro sentido, quizás podríamos entender que quería decir esto: “El trabajo fijo y asegurado debería ser sustituido por una mayor libertad laboral donde los trabajadores funcionaran más como autónomos que venden sus servicios por un precio acordado, de forma que ambas partes salieran ganando”. Pero también podría pensarse que en realidad no hubo mala conexión sináptica y que en realidad lo que quería decir es, simplemente: “Como soy un individuo sin mucha imaginación ni buena formación me dejo llevar por la ideología y no por la eficiencia y la visión planificada a largo plazo y prefiero tratar a los trabajadores como esclavos en lugar de cómo un valor añadido y de futuro”.

Rosell es el síntoma de un problema mucho más grave y mayor de lo que la gente piensa. España no tiene buenos empresarios. No tiene buenos ejecutivos. Aquí están algunas de las mejores escuelas de MBA del mundo, pero parece que educan a los de fuera y no los de aquí. O puede que simplemente los mejores, cuando van a trabajar en las empresas, se dan de bruces con siglos de ignorancia y servilismo tan incrustado en la médula que es imposible eliminarlos. Las empresas están dirigidas en gran medida por los viejos hijos de épocas pasadas, por sus hijos genéticamente clavados a sus padres, personas sin imaginación ni ganas de aprender, cuya única obsesión es el pelotazo, el enriquecimiento rápido. Y si para lograrlo tienen que quemar en una pira sus propias empresas y el futuro de las mismas para conseguirlo, lo hacen. Hay algo terriblemente suicida en los empresarios españoles: de todas las puertas que podrían abrir, siempre eligen la que tiene el acantilado al otro lado.

Como las empresas están mal estructuradas, también lo está el trabajo. Y como el trabajo está mal organizado, también los horarios. Empieza así una espiral de estupidez encadenada que culmina en un sistema educativo que ni educa, ni forma ni expande el conocimiento, se dedica a preparar a la gente para el mínimo común por el cual podrían entrar como mano de obra barata en cualquier empresa. Y como éstas no forman a los empleados, no invierten en ellos para maximizar el valor, las empresas alimentan la misma mala estructura inicial. ¿Ven a lo que nos referimos? Todo es cuestión de organización, de ser flexibles, inteligentes, imaginativos, proactivos, de ver más allá, de considerar que un producto bien hecho multiplica su valor, no esperar al pelotazo rápido y a la lluvia de billetes. Los españoles son gente impaciente, sin constancia ni espíritu de sacrificio más allá de esos pobres obreros que de tanto apretar los dientes ya los tienen rotos. Los españoles trabajan para nada. Un buen ejemplo les hará ver por qué Rosell está tan equivocado y es inservible para el futuro.

Imaginen que Fulano de Tal fabrica tornillos. Quería ser astrónomo pero uno pone y la vida dispone. Tuvo que dedicarse a hacer tornillos porque no tuvo beca para la Universidad. Antes no era así, pero… son los nuevos tiempos, que no tienen por qué ser mejores que los antiguos. Fulano aprendió sobre la marcha: un pequeño curso, unos cuantos años de experiencia con sueldos miserables de 600 euros al mes por una falsa media jornada que en realidad era entera… (seguro que los periodistas saben a qué nos referimos). Al cabo de unos años adquirió cierta destreza en fabricar tornillos, así que logró que le contrataran en la Empresa A por 1.000 euros al mes. Pasaron los meses, los años, y Fulano ya tenía experiencia suficiente como para enseñar a otros a fabricar tornillos. Pero no lo hace porque en la Empresa A no invierten en formación, o cuando lo hacen le quitan parte del sueldo al trabajador.

Entonces llega la Empresa B, que, pongamos por caso, es de una región vecina con algo más de visión de futuro. La Empresa B sabe que Fulano hace los mejores tornillos de su competidora, que produce en masa a bajo precio y con una calidad medio-baja. La B sin embargo quiere fabricar los mejores tornillos posibles. Así que le ofrece a Fulano 1.500 euros al mes si se va con ellos; a cambio, Fulano recibirá una formación superior sobre el arte de hacer tornillos, le convertirán en un maestro del sector. Fulano se lo piensa: ya se ha acostumbrado a la Empresa A, y tiene la (vana) ilusión de que podría progresar en ella. Se lo dice a sus jefes, que arquean una ceja y le dicen que como mucho le darán 1.100 euros, porque a fin de cuentas el trabajo no es fijo, no es seguro y propio del siglo XIX. Resultado: Fulano se va a la Empresa B.

Al cabo de un año de formación y trabajo Fulano se ha convertido en un auténtico maestro: cada tornillo que fabrica es mejor que el anterior, y por tanto la empresa sube el precio del tornillo, no mucho, lo justo para generar más beneficio por unidad. A cambio, le sube el sueldo a Fulano progresivamente, y le promete que si hace cada vez mejores tornillos se lo subirán todavía más. Fulano entra en un bucle virtuoso en el que se obsesiona por hacer mejores tornillos (le pagan más, le tratan mejor, así que se involucra en cuerpo y alma con la misión). Resultado: la Empresa B ha logrado que una inversión en su personal se traduzca en subida de ventas que compensa, con creces, todo el dinero que le puedan dar a Fulano. Su imagen de marca sube (porque sus tornillos son de mejor calidad) y sus ventas con ella. Al cabo de un tiempo supera a la Empresa A, que no es capaz de reaccionar (porque no rompen sus esquemas tradicionales estilo Rosell) y poco a poco se va al bulevar de los Sueños Rotos y a los ERE. Esto no es un ejemplo falso, es una traslación de lo que ocurrió con Ford en los años 30, con Chrysler en los 60, con Toyota y con Apple en el último cuarto de siglo.

Moraleja: los trabajadores no son pañuelos de usar y tirar, son un elemento vital de una empresa, y cuanto más se invierta en ellos (en formación y en salario) más producirán y con mejor calidad. No son un engorro al que rebajar y escatimar derechos y sueldo, son una inversión que bien manejada multiplicará el trabajo y el beneficio, que sí son, a fin de cuentas, la esencia de una empresa que funciona. No son esclavos a los que fustigar como si estuviéramos en una plantación o una pirámide egipcia en construcción, son fuentes de valor. Si los dos lados ganan, todos ganan el futuro, que es algo que la mayoría no tiene asegurado. Pero claro, “this is Spain” y Rosell es el jefe de los patronos, que le votaron para estar ahí, de lo que se deduce que la empanada mental es generalizada. Y si alguien tan limitado como el que suscribe se ha dado cuenta, entonces es que tiene que ser real. Que Dios se apiade de nosotros.