Ya está: los británicos han votado y han decidido irse de la Unión Europea. A partir de aquí puede pasar cualquier cosa, pero desde luego la sacudida va a tener repercusiones en toda Europa y en el mundo. Este planeta es una red interconectada, ya no existe eso llamado “independencia” y sólo los peligrosos ingenuos (los que siempre ayudan a los malvados con su estupidez) creen que puede ser bueno. De todas formas vamos a intentar vaticinar algo: cosas buenas, malas y consecuencias del Brexit.

El impacto del divorcio. El divorcio de Gran Bretaña con Europa es más bien táctico que real: van a seguir ahí, al otro lado del Canal de la Mancha. Pero ya no será lo mismo. Lo malo de este tipo de situaciones es que generan mucha animadversión con los vecinos. Los continentales verán a los británicos como unos renegados egoístas, y los isleños seguirán pensando (pobres) que cuando hay niebla en el Canal el que está aislado es el continente. Todo lo que damos por sentado respecto a ese país cambiará: leyes, comercio, trabajo, emigrantes, jubilaciones doradas en la Costa del Sol que ahora saltarán por los aires (ya no tendrán acceso gratis a la sanidad española, mejor que la de Reino Unido por ahora, y los costes fiscales y administrativos se dispararán), inversiones en I+D, relaciones financieras, movilidad… incluso el fútbol. El Real Madrid sólo puede tener a tres extracomunitarios en plantilla, y ahora tiene cuatro, porque Gareth Bale ya es “extranjero total”. Es una frivolidad, pero un ejemplo concreto de cómo todo lo que dábamos por estable ya no lo será nunca más. Y ese divorcio será mucho más traumático de lo que se piensa. Acción-reacción. Así se mueve el universo, y a este abandono seguirá una reacción que ya veremos dónde coloca a cada uno. No va a ser fácil, pero esa ingenuidad tan inglesa de “seguiremos siendo vecinos” podría traducirse en un “ahí vienen los ingleses, vámonos”.

Los británicos dejarán de ponerle la zancadilla a Europa. Una de las consecuencias positivas es que ya no habrá un vecino aguafiestas poniendo palos en las ruedas. Si los países miembros deciden avanzar y federalizarse ya no estará Londres para torpedear desde dentro. Eso que hemos ganado. A partir de ahora hay camino libre para que algunos pisen el acelerador y los demás decidan si quieren subirse al tren o no. Quizás haya más referéndums parecidos en los próximos meses o años. O puede que el meneo sea tan furibundo contra Gran Bretaña (que ya puede ir quitándole el “Gran” del nombre) que los dubitativos asuman que ya no hay marcha atrás. Desde el principio han intentado destruir la Unión Europea y ahora han lanzado su último torpedo. Los ingleses han tenido una política internacional muy clara desde la llegada al poder de los Tudor a finales de la Edad Media: debilitar cualquier reino, imperio o poder en el continente, crear un caótico status quo que siempre beneficia a sus intereses. Depende del resto de europeos decidir si el barco se hunde o no. Quizás el efecto sea el de congregación, y que Alemania, Francia, Italia y España (Polonia es un engendro y ahora mismo está en fase ultracatólica de negación) aprieten filas. Lo que es obvio es que Bruselas va a dar escarmiento con los británicos: que se vayan preparando para sutiles latigazos lentos durante los próximos dos años. Suaves, discretos, pero sostenidos.

Gran Bretaña está dividida política y socialmente. Es evidente que va a seguir siendo un reino, pero partido en pedazos. Los ganadores del Brexit no son conscientes de que han abierto una brecha inmensa entre viejos (nacionalistas) y jóvenes (europeístas), que han dejado a un país entero partido en dos y que esa cicatriz va a agrandarse con cada consecuencia negativa y obvia del Brexit. Puede que no sean una vara de medir realista, pero las redes sociales se han llenado de menores de 40 años renegando de la generación de sus padres y sobre todo de la de sus abuelos, que han pasado de objeto de cierto orgullo a lastre. Lentamente la semilla de la desconfianza y el frentismo va a germinar: los que son nacionalistas y de conservadores, mayoritariamente pro Brexit, van a intentar imponer su agenda, y el resto reaccionará con virulencia. Esto deja también pendiente un tema: la conexión entre naciones internas. Escocia ya ha advertido que si Londres dice adiós a Bruselas ella se irá de Londres. Es decir, independencia. Y como los británicos son unos legalistas tradicionales, Escocia se iría sí o sí. Resultado: queriendo salvar su especial modus vivendi isleño el país podría, en un plazo de dos años, perder un pedazo considerable y muchos recursos. Y habría que ver también el futuro de Irlanda del Norte, todavía más europeísta que Escocia y que muy probablemente podría optar por mirar hacia sus hermanos de la República de Irlanda y hacer realidad lo que siempre han soñado en la isla: la reunificación. Es decir, lo que se llama “hacerse un Yugoslavia” (terminar siendo muy pequeño por querer ser grande) pero con tacitas de té y una leve y flemática ceja arqueada.

La extrema derecha gana fuerza. Tanto en la isla (con el borracho de Nigel Farage y ese ser tan extraño que es Boris Johnson) como fuera de ella: no han tardado ni diez segundos los neofascistas disfrazados del continente, con Marine Le Pen a la cabeza, en pedir referéndums por todos lados. Mientras el sistema siga en manos de los partidos clásicos y los nuevos civilizados las cosas irán bien. Pero siempre cabe la posibilidad de que estos pitufos pardos puedan forzar la situación. Lo cierto es que se avecinan tiempos duros para Europa, donde el color gris y pardo vuelve otra vez a asomar las orejas por el horizonte. Y todos sabemos lo que pasó en Europa cuando esta variante local de la locura se puso en marcha. En un mundo donde el racismo ya no tiene sentido, donde los motores están fuera de Europa y hay que buscar acomodo mientras EEUU, China, India y bloques regionales gigantescos crecen sin parar, este gesto de orgullosa independencia encierra en realidad un miedo visceral al futuro, la incapacidad de una sociedad entera (sobre todo de la generación de posguerra) para asimilar el tiempo en el que viven. Todo xenófobo nacionalista encierra dentro un niño torpe, mediocre y asustado, y reacciona como tal, sin mesura ni raciocinio. Evidentemente no estamos en los años 30 o 40, pero la sombra del mal vuelve a proyectarse. Depende de la fortaleza de la Razón evitar que crezca más de lo que ya lo ha hecho.

Rusia se frota las manos. “Divide y vencerás”. Digamos que el escenario actual es la fantasía de Putin, que necesita, para expandir su influencia y volver a ser imperial, que Europa se debilite. Y es obvio que lo ha hecho con el Brexit. A partir de aquí Moscú bien podría volver a establecer una nueva Guerra Fría sin comunismo. Nunca un país avejentado y lleno de problemas de 140 y pico millones de almas atormentadas consiguió meter tanto miedo a unos 480 millones largos de personas. Si Europa reacciona enrocándose en sí misma para defenderse la jugada le habrá salido mal. Si cunde el desconcierto, habrán ganado espacio para que el oso vuelva a abrir los brazos. Al otro monstruo, China, le da un poco igual, pero lo cierto es que de golpe han perdido su principal puerta de entrada a los mercados europeos. A los chinos les importa un comino que Londres esté dentro o fuera, sólo quieren abrir una puerta para su economía en el continente, y ahora tendrán que buscar otra porque es evidente que Gran Bretaña ya no estará dentro.

Alemania se queda sola. Muy importante, tanto o más que el Brexit, es la actitud que va a tener que asumir ahora Alemania: jefe. Ya no hay escudos, ni socios, ni parapetos. Berlín ya no puede esconderse más y tendrá que guiar y liderar sin miedos y por el buen camino. Francia es un desastre agonizante, un país que lleva sin cambiar de verdad desde finales del siglo XIX y que está sometido a unas tensiones terribles entre la extrema derecha, el fracaso de la asimilación de los emigrantes, una crisis económica casi crónica que sacude desde principios de siglo y la pérdida de valores democráticos. Es obvio que nadie más en el continente va a poder establecer algún tipo de dinámica. En el Este de Europa también es lógico pensar que los ultranacionalistas van a seguir creciendo, pero aún son demasiado pequeños como para ser capaces de amedrentar a Alemania, que mira con lupa cada suspiro al otro lado de los Sudetes. Muchos sentirán que ese liderazgo será perjudicial y verán fantasmas donde no los hay realmente, pero es que no hay más remedio que cerrar filas alrededor de Alemania para aguantar el envite. La Bundesrepublik es una democracia muy avanzada y los alemanes de hoy no son ni de lejos los de antaño; quizás si cambia la actitud y abren la mano… quizás ahora que la sangre política ya les ha salpicado en la cara, cambien.

EEUU tendrá que repensar muchas relaciones. No es un detalle menor puesto al final. EEUU acaba de perder a su principal caballo de batalla en Europa, su aliado, que pasará ahora a ser más un subordinado (por la cuenta económica que le trae). Así pues habrá que repensar nuevas relaciones con el continente, lo que pasará por el refuerzo de posición con Francia y Alemania, nuevos líderes continentales (uno por el tamaño de su ejército y el otro por el de su economía). Es muy probable que EEUU intente cerrar un gran acuerdo continental con Bruselas, París y Berlín para poder mantener una comunicación fluida en cuestiones como seguridad y defensa. También para intentar por todos los medios apuntalar su frente defensivo orientado hacia Rusia. Así pues en lugar de ver menos al “amigo americano” lo vamos a tener hasta en la sopa. Porque Londres ha dejado de ser “útil” para ellos y los yankees son gente muy práctica. Cruelmente práctica, por cierto.

Y la última… ¿y si al final no hay Brexit? Caben dos posibilidades todavía. Una, que antes de que se haga efectiva la ruptura haya nuevas elecciones en Reino Unido y que el nuevo gobierno, no conservador, plantee un segundo referendo que sí ganen. Y dos, que durante la negociación se dé marcha atrás apoyándose en la negativa del Parlamento británico y la presión, ya incesante, de norirlandeses y escoceses por secesionarse. Quizás el miedo a emular a Yugoslavia podría frenar y darle la espalda a la voluntad de ese 51,7%, arriesgarse para evitar un mal mayor.