La Humanidad sigue adormecida en un marco cultural y social heredado de tiempos más antiguos, anestesiada incluso, prendada de valores preindustriales que huelen a herencia de la tribu. Urge una gran transformación: la ciencia y la tecnología derivada lo han cambiado todo y ese abismo entre lo que fuimos y lo que deberíamos ser es la fuente de muchos de los problemas actuales. Este siglo verá el salto definitivo de nuestra especie a un nuevo nivel, mucho más ambicioso y radicalmente diferente a todos los anteriores. Como mínimo habrá cinco revoluciones en la ciencia y la técnica que cambiarán a su vez nuestra sociedad, nuestra cultura y la propia concepción del ser humano.

En menos de cien años no habrá mutilados, ni listas de espera para trasplantes de órganos, se reducirán al mínimo las enfermedades de origen genético y muy probablemente superaremos el siglo de vida sin demasiados problemas, convertidos en mecanos biológicos. Beberemos agua salida del mar porque ya nadie tocará los ríos y lagos salvo para lo imprescindible, trabajaremos en oficios vinculados con el pensamiento y todo el trabajo físico duro quedará en manos de las máquinas y la Inteligencia Artificial, que también colonizarán el Sistema Solar para nosotros. Nuestro mundo se construirá con materiales diseñados a nivel atómico: más ligeros, flexibles y de una resistencia inimaginable, e incluso podrán adoptar formas diferentes a partir de una sola pieza electrificándola. Todo puede ser real porque empieza a serlo hoy. Y todavía no somos conscientes del impacto que tendrá en nuestra sociedad y cultura, porque el mundo físico, al cambiar, condiciona el mundo social y cultural, igual que lo hicieron el fuego, la rueda, la imprenta, la electricidad o internet.

En realidad la Humanidad, que en muchos aspectos mantiene un comportamiento infantil en su relación con el mundo, la naturaleza y el propio universo, está a las puertas de un cambio integral y global que arrasará con todo: religiones, tradiciones, leyes, culturas, costumbres, visiones, teorías, valores… Todo lo que daba cualquier humano por sentado, bueno o justo, será trastocado. La razón estriba en que la ciencia y la tecnología, que desde la Revolución Industrial tiene un peso decisivo en nuestras vidas, terminará de romper las últimas barreras culturales heredadas del mundo preindustrial. Hasta ahora la tecnología necesitaba de la voluntad humana para ser usada. Pero eso ya se acabó porque el nivel de sofisticación ya supera incluso la necesidad del propio ser humano. Entramos en una era en la que necesitaremos pensar más y trabajar menos, una era biomecánica donde ente biológico y máquina estarán definitivamente unidos, directa o indirectamente. Estas son las cinco posibles revoluciones de este siglo que probablemente entierren una civilización y den paso a otra, quién sabe si mejor (esperemos) o peor.

La modificación genética

Una vez descifrado el ADN humano ya no hay horizontes. Su manipulación es cuestión de tiempo, pero muy probablemente no como se podría imaginar. La genética tiene tres tipos de aplicación obvias: reparación, regeneración y clonación. En el primer caso se trata de reparar antes del nacimiento los posibles defectos congénitos (enfermedades heredadas, especialmente las cardíacas, malformaciones incompatibles con una vida normal, tendencia crónica a sufrir determinadas enfermedades), operando sobre el feto en sus primeras semanas de gestación, cuando todavía es posible controlar el desarrollo natural, o bien desde la propia concepción en casos de reproducción asistida. La regeneración es aún más factible porque a día de hoy ya es, al menos teóricamente y a pequeña escala, viable: a partir del ADN adulto reproducir órganos y miembros de forma completa en el laboratorio, eliminando de golpe todo el proceso del trasplante y la espera. Miles, millones de personas salvarán sus vidas gracias a que sus órganos podrán ser generados desde 0 en un laboratorio, sin riesgo de incompatibilidades o problemas médicos posteriores.

El otro campo sin embargo es el que más problemas acarreará. La clonación ya es viable, y puede ser incluso una forma segura de salvar de la extinción a muchas especies. Cuando la ingeniería genética alcance nuevas cotas de sofisticación será posible, con la inversión necesaria, reproducir y reintroducir especies al borde de la desaparición o directamente extintas en los ecosistemas que antes ocupaban, y así resolver el gran problema de la Sexta Extinción provocada por el ser humano en nuestro tiempo geológico. Esta aplicación también podría llegar al mundo vegetal, ya que la genética permitiría crear nuevas líneas de fármacos no sintéticos, extender aún más la agricultura y crear plantas que produzcan más en menos tiempo, y con ello erradicar el hambre en el mundo. Aunque siempre dependerá de la moralidad política el poder hacerlo.

La clonación humana, en cambio, es un problema moral: ¿es legítimo hacer una copia exacta de un ser humano, que tendría el mismo potencial pero un desarrollo diferente del original por distintas condiciones vitales y educativos? La esencia misma de la libertad individual es proteger la especificidad de ese individualismo, por lo que clonar un ser humano sería romper con ese espacio sagrado. Es más que probable que la clonación humana sea prohibida salvo como último recurso terapéutico, porque de no hacerse se abriría la puerta a una multiplicidad que podría enmascarar incluso un nuevo tipo de criminalidad en la que la identidad única e intransferible dejaría de tener sentido: un clon no es un gemelo, es otro yo con el mismo ADN, las mismas huellas digitales, la misma retina (usada para identificación) y los mismos marcadores biométricos. Es una puerta que, muy probablemente, no debería abrirse. Aunque no es imposible.

El fin de los hidrocarburos

Los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) tienen una capacidad limitada. Pero son el corazón mismo de toda la industria humana. Casi todo el mundo sabe que se acabarán, pero muy pocos tienen la imaginación o la sensatez suficientes como para pensar ese mundo que, irremediablemente, llegará como una gran marea creciente. Basta preguntarlo en un grupo de personas y se ve la fractura: la mitad, más o menos, lo asume y piensa que debería hacerse el cambio hacia las energías renovables lo antes posible. Otro sector, en cambio, recurren a la estéril frase lapidaria “no lo veré en vida”, cerrándose en banda ante un cambio que ya es irremediable. No sólo es un modelo contaminante, tóxico y altamente insalubre para el ser humano y toda la vida, sino que es un desperdicio de energía y dinero.

Sin embargo no es una utopía: consumir sólo energías renovables es viable, y tiene efectos positivos a nivel financiero, medioambiental y laboral. La isla de El Hierro y países como Islandia, Portugal o Costa Rica han realizado experimentos energéticos con gran éxito: alimentar sus industrias, servicios y la red doméstica sólo con fuentes energéticas limpias. Y funcionó. Mientras que El Hierro e Islandia son casi autosuficientes de forma permanente, Portugal hizo su ensayo hace unos meses y logró estar cuatro días sin consumir energía proveniente de centrales térmicas u otros métodos basados en combustibles fósiles. Costa Rica, mientras, se acercó en 2015 y este año a la operatividad casi al 100% de energías renovables. Bien podría pensarse que son brindis al Sol, pero toda revolución energética y técnica se inicia siempre con pequeños gestos que lentamente crecen hasta convertirse en una realidad. El petróleo es limitado, y muchos aseguran que no llegará a los próximos 40 años.

Pero su final llegará antes: los costes derivados del consumo industrial y doméstico son ya tan altos (irónicamente a pesar del bajo precio del petróleo, pero los costes de producción se han incrementado) que la propia industria ya planifica su transición; y el volumen de inversión en I+D alrededor de estas energías (solar, eólica, maremotriz, hidroeléctrica) supera a casi todos los demás sectores. La razón es obvia: la empresas hacen números, y saben que una fuente de energía renovable es más barata a largo plazo, reduce costes, elimina la opción de tener que asegurar el suministro y su potencial de eficiencia es mucho más bajo. Y si finalmente se consigue generar de manera eficaz y eficiente la fusión nuclear (inversa a la fisión de las centrales nucleares actuales, basada en la unión de partículas para crear energía en lugar de su ruptura para el mismo fin) el horizonte de una energía limpia asegurada e ilimitada estará asegurado. Y lo que la sensatez y la inteligencia no le dé a las compañías, sí lo hará el departamento financiero y sus cálculos.

La inteligencia artificial

El horizonte humano no podrá expandirse sin las máquinas, y sobre todo sin que éstas den el paso decisivo para pensar. Ese punto de cambio marcará un antes y un después. Probablemente de tanto calado como la primera vez que nuestros antepasados aprendieron a usar el fuego. Ya nada será igual. La Inteligencia Artificial (IA) tendrá dos efectos concretos a medio plazo: gestionará con mayor eficacia y eficiencia muchos procesos básicos en el sector industrial y llegará allí donde el ser humano se ve imposibilitado por su biología. En el primer caso supondrá que los humanos ya no necesitarán trabajar físicamente en las fábricas o en cualquier tarea física, porque las máquinas lo harán: son más baratas, fallan menos que un ser humano y las empresas podrán aumentar su rango de beneficios a medio y largo plazo.

Los humanos deberán reciclarse para trabajos relacionados con el conocimiento, el desarrollo y los servicios aplicados, lo cual a su vez obligará a plantearse, ya sin el tinte anecdótico, la necesidad de cambiar todo el sistema retributivo y de trabajo humano para evitar legiones de parados y el caos social. Toda nuestra organización social deberá adaptarse a esa nueva realidad, y con ese proceso también lo que un individuo a día de hoy considera normal: estudiar, trabajar, sueldos, pensiones, horario diario y semanal… No habrá parcela que no salte por los aires, especialmente en todos los oficios vinculados directamente con el trabajo manual o físico. Surgirá la cadena de reciclaje y formación continua, por la cual un humano no sólo se jubilará mucho más tarde, sino que deberá estudiar durante toda su vida para poder abarcar más conocimientos, tareas y vías de desarrollo. Y el que no logre subirse a ese tren de conocimiento será el nuevo paria: la ignorancia sí empezará a pagar un precio.

En el segundo caso conectamos con la exploración espacial o los límites de la fisiología humana. Las IA podrán realizar los viajes que nuestra biología no nos permitirá: ellas harán posible dominar el Sistema Solar, las que puedan llegar a cada asteroide, luna o planeta que pueda ser explotado o colonizado en el futuro. Las IA podrán tomar decisiones clave, ser autosuficientes y autónomas y representarnos en viajes que para un ser humano serían imposibles, trayectos en situaciones límite en el espacio y el tiempo, incluso más allá de los límites del Sistema; ellas no sufren la radiación, no comen, no respiran, no beben, no duermen. Ellas trabajarán por nosotros y conseguirán los recursos. También serán las máquinas pensantes las que dominen la propia Tierra en el interior, que conozcan más de nuestro planeta de lo que ya sabemos, y las que se encarguen de gestionar todo aquello que nosotros no podemos o logramos con mucho esfuerzo. La Humanidad tendrá entonces más tiempo: para pensar, para soñar, para crear y vivir.

La “domesticación” del Sistema Solar

La anterior revolución abre una nueva, ya mencionada. Terminará el siglo XXI y muy probablemente ya habrá colonias en Marte y la Luna. Nuestra estructura biológica es limitada, hay muchas cosas que no podemos hacer porque nuestra anatomía y fisiología no toleraría, lo que nos lleva al mundo máquina como solución para llegar. No hay que olvidar que somos consecuencia de una gravedad concreta, de una composición del aire muy determinada (incluso en porcentajes, no sólo en componentes), de un arco térmico igual de limitado. Y sobre todo, nuestros cuerpos no pueden soportar la radiación solar y cósmica directa que recibiríamos en Marte o la Luna: sin terraformación no habrá colonización real, ya que los humanos tendrían que vivir bajo la superficie o bien en bases bien acondicionadas. Pero eso no debería ser un problema; las colonias orbitales son ya una realidad a pequeña escala: la ISS, estación internacional en órbita. Sin embargo serán una buena forma de expansión humana a medida que sean más grandes y estén mejor gestionadas.

La minería espacial será el gran acicate de la expansión: asteroides, cometas, lunas y planetas son el destino de máquinas y humanos dispuestos a explotar sus riquezas en un negocio que supera los tres trillones de euros de beneficio potencial a medio y largo plazo. Es tan colosal que no intentarlo será impensable. No sólo porque aliviaría de explotación minera la Tierra (y con ello protegería el medioambiente terrestre) sino porque podría suponer la erradicación del desempleo a largo plazo, ya que siempre habría trabajo en alguna colonia. Lo cierto es que la superpoblación ya es un problema real: que haya más humanos implica menos recursos a repartir, especialmente el agua, lo que obligaría a pensar en otros mundos acuáticos como Encelado o Europa, que contienen incluso más agua que la propia Tierra. La expansión de la vida humana más allá de nuestro mundo será un proceso mucho más largo que este siglo, pero es imparable y condicionará no sólo nuestra relación con la realidad física, sino también la propia consideración de la Humanidad sobre sí misma como vida terrestre.

La revolución cuántica

Y de lo muy grande, a lo muy pequeño. Sólo ahora, cuando la Física Teórica se expande para intentar comprender mejor el Universo y el propio mundo que nos rodea, es cuando se abren las puertas a otro tipo de campo, el de lo muy pequeño. Los nuevos materiales ya no se fabrican en acerías o laboratorios a partir de aleaciones con nuevas materias primas, sino de la manipulación a nivel atómico a partir de lo que aprendemos de la Mecánica Cuántica. La división es histórica en la Física: hay una teoría general para lo muy grande, y otra para lo muy pequeño, y buscan la Teoría Unificada que fusione ambos niveles. Esto ha favorecido que la Física trabaje en esos dos niveles, y el de lo más pequeño abre tantas vías de aplicación industriales y técnicas que realmente es una revolución: una vez que se puede manipular a nivel atómico la materia se multiplican las opciones.

El grafeno y otros nuevos materiales, progresivamente más resistentes, flexibles, con más aplicaciones útiles en más campos y preparados incluso para ser programables y deformables a partir de las descargas eléctricas (lo que abre la puerta a materiales que podrían cambiar de forma a voluntad del diseñador y en poco tiempo, o incluso recuperar su forma original después de un choque), son la punta de lanza de esa Revolución Cuántica donde todo se basa en el mundo de lo muy pequeño, con sus propias leyes físicas al margen de lo muy grande. Y son sólo unos pocos detalles, y con implicaciones. La minería espacial, por ejemplo, sumaría nuevos materiales y posibilidades a esta vía de desarrollo. Y sólo está empezando. El desarrollo de estos materiales revolucionará a su vez la industria y las manufacturas, permitirá reducir costes porque los procesos productivos no necesitarán tantos recursos y la vida potencial de los materiales será más larga. La frontera de lo físico terminará por condicionar lo abstracto, como siempre ha ocurrido con una especie como la nuestra, que es esencialmente práctica a pesar de que parezca lo contrario. Y eso no hay quien lo frene.