La cultura no se reduce a artes, literatura y filosofía. La Humanidad ya rompió la barrera preindustrial hace tiempo, y la ciencia forma parte de nuestra existencia mucho más de lo que ningún escéptico pueda pensar. En los últimos 50 años la ciencia y la tecnología han pasado a formar parte de nuestro mundo más allá de ser asunto de una élite. Ya es parte de la cultura, por lo que se exige un mínimo de conocimiento científico que en España no existe. Pero eso se cura como toda ignorancia: leyendo. Porque tiene consecuencias a todos los niveles.

Hay dos recuerdos imborrables que ayudan a explicar muy bien cómo la civilización ha abrazado el binomio inseparable ciencia-tecnología. El primero es un familiar negándose, en los años 90, a que su hija mayor tuviera un ordenador porque no lo consideraba algo necesario sino un lujo. El segundo es un político de mediana edad riéndose en una anécdota de un amigo de su hijo por estudiar astrofísica en lugar de ser abogado, médico o notario. El primero hoy es un fanático de las redes sociales y no se desconecta nunca. El segundo se jubiló y ese amigo de su hijo trabaja hoy en el Caltech de California, la cuna de muchos de los avances en Física Teórica y Astronomía que se han dado en los últimos años. Ambas demuestran cómo una parte muy importante de la población sigue pensando en términos del siglo XX o incluso anteriores, y otros ya han subido al tren de lo que vendrá. La relación de la sociedad española con la ciencia es puramente anecdótica, un compendio de lugares comunes donde los científicos son personas con bata blanca en laboratorios, usando máquinas complejas y hablando de forma incomprensible sobre la realidad que el común de los mortales acepta sin meditarla.

Su palabra se convierte en verdad por el simple factor doble de la voz de autoridad: sus afirmaciones son contrastables y por lo tanto reales, y su conocimiento permite curar a la gente (la medicina tiene mucho peso en la imaginería popular de la ciencia) y realizar todo tipo de proezas técnicas que antes no eran posibles. Por lo tanto los hombres (casi nunca mujeres) de batas blancas saben algo que los demás desconocen. Es decir, tienen poder. Sin embargo detrás de esas afirmaciones, que siempre deben ser tenidas como temporales hasta la siguiente teoría o descubrimiento, hay un largo trabajo metodológico que queda oculto para la gente. Principalmente porque su ignorancia sobre la ciencia les deja al margen del proceso. Así la ciencia es como una caja negra donde vemos entrar datos y salir afirmaciones, pero sin conocer de verdad qué ocurre dentro. Si la gente tuviera un mayor grado de conocimiento científico, si hubiera una cultura en este sentido, impartida por los colegios, institutos y los medios de comunicación, muy probablemente la ciencia llegaría más lejos porque sus obras e ideas serían asimiladas con más rapidez, se comprendería su funcionamiento y esto llevaría a un mejor entendimiento de sus resultados.

Un mayor grado de cultura científica eliminaría gran parte de la superstición y las falsas creencias, permitiría derribar muchas tradiciones totalmente inaceptables a día de hoy. Sería, por así decirlo, la superación de esa figura del científico como un chamán de la tribu: antiguamente eran los sacerdotes y la oligarquía que gobernaba el reino, ahora son ellos los que señalan el camino sin que nadie medite, reflexione o ponga en contraste esos mismos avances. Tan malo es cerrarse en banda ante la ciencia y la tecnología como aceptarla ciegamente y usarla sin ser consciente, realmente, de su poder. Por eso es tan vital que la educación entre en una nueva fase donde se promueva la divulgación científica y entender que la cultura no es memorizar datos, fechas y nombres, y mucho menos adorar en exclusiva las artes y humanidades como si fueran la solución a todos los problemas. Como entes en un espacio-tiempo concreto, los humanos necesitamos soluciones cognitivas y técnicas a los desafíos del mundo, de la vida, es decir, algo más que bellos poemas, obras de arte o reflexiones acertadas sobre el mundo. Esa vertiente empírica también forma parte de la cultura, porque no podemos abstraernos de la realidad en la que vivimos.

Hace falta un conocimiento que hoy, ante el alto grado de desarrollo técnico, pasan de ser opcionales a vitales. Todos deberían tener un mínimo de conocimiento sobre matemáticas, física, química, biología, geología y astronomía, para comprender el mundo en el que viven, el verdadero lugar de la especie en el entorno y, por lo menos, ser conscientes de nuestra pequeñez y vulnerabilidad en un universo que no fue hecho para nosotros, sino que somos una consecuencia del mismo. Pero para eso habría que reformular todo el sistema educativo y los propios medios de comunicación, para que puedan abrir el camino. Es indispensable que entren en esa dinámica para conseguir que la total ignorancia se convierta al menos en algo básico, que la población entienda las leyes de la física, la base de la química inorgánica y orgánica, el funcionamiento de las leyes que modulan el universo o la biología y la botánica. Es necesario para que entiendan mejor su lugar en el mundo, y sobre todo porque el modelo económico que viene convertirá en nuevos parias a los que no tengan los conocimientos necesarios.

Sólo años después ha quedado patente que el trabajo divulgativo en canales temáticos, revistas, webs especializadas, o la enrome maraña de blogs que contribuyen desde la marginalidad, pero que crean una gran ola que permite a la sociedad aprender. Y vale cualquier paso, aunque sea algo tan banal como una serie de televisión. Un buen ejemplo es ‘The Big Bang Theory’, una simple sitcom que durante algunas temporadas cumplió una misión (conscientemente o no): transferir parte del cuerpo de conocimiento científico a una órbita popular, bajar de las alturas al menos los detalles ancla que pudieran servir de punto de partida a los que no sabía nada. Es decir, la serie ha convertido la ciencia y una determinada idea de la misma en parte de la cultura popular. Sólo así se explica que muchos espectadores sepan qué es el Gato de Schrödinger sin tener ni idea de Física. Porque es, quizás, una de las pruebas de que una mente supera la mera intuición para darse cuenta de que la realidad es muy diferente: quien alance ese nivel de comprensión puede entender muchos más elementos de la propia ciencia y progresar.

Pero todo esto es anecdótico si no va más allá de una simple sitcom popular. Sólo funcionará si hay una reforma del propio sistema educativo, tan profunda que al menos en España es casi inviable. Intentar cambiar la mentalidad de la clase política y económica nacional es una tarea tan ardua como estéril si no la acompaña una transformación de la propia sociología del país, que comparte los mismos problemas. Sólo así se puede dar la vuelta a un proceso que tiene consecuencias a todos los niveles, desde el económico al político. Una población bien instruida genera más opciones. Siempre es la educación. Para todo lo malo, pero también para todo lo bueno. La ignorancia tiene un precio.