Realmente hay que darle las gracias a Stieg Larsson por el título de la primera novela de la saga Millenium, porque creó un nicho simbólico que resumía muy bien a esa legión de hombres que no entienden que cualquier construcción masculina basada en la discriminación directa o indirecta del 50% de la Humanidad es un lastre, una condena al fracaso y fuente inagotable de vergüenza presente y futura. Y muy mal negocio, por cierto. Las marchas de mujeres tras la toma de posesión de un misógino como Trump son un ejemplo de que esta actitud suicida está más presente que nunca.

Dentro de un siglo, más o menos, nuestros descendientes verán las imágenes de la marcha de las mujeres en medio mundo para reivindicar la igualdad con la misma vergüenza con que hoy vemos las imágenes de las víctimas de las guerras del siglo XX. Y se preguntarán por qué éramos tan primitivos como para reprimir, cuestionar o marginar al 51% de la Humanidad. Es como tener dos motores en un coche y apagar uno porque no te gusta o le tienes miedo, con lo que consigues ir mucho más despacio de lo que deberías. El tiempo es un juez implacable: hoy nos escandalizamos de cosas que consideramos inmorales, pero nadie reacciona cuando ese mismo primitivismo sigue presente hoy. Nos juzgarán por todo esto, y el presente supuestamente cívico de hoy será la vergüenza del mañana. La Humanidad, a pesar de los bandazos emocionales que pueden hacerla más conservadora o progresista en función de las circunstancias, está en permanente cambio y evolución. Se puede estancar (como en la Edad Media), pero el cambio siempre genera una nueva situación que es un salto respecto a lo anterior. Somos una especie que, a pesar de lo que parezca, avanza. Y que es muy diversa. Tengo una mala noticia para todos: la proporción de mujeres inteligentes es igual que la de hombres inteligentes, y la de mujeres idiotas respecto a hombres idiotas, también. Si alguien tenía esperanzas en cambiar patriarcado por matriarcado, que se vaya olvidando. Sólo hay una solución: dos motores, mejor coche, para lo bueno y lo malo.

El problema radica en la propia concepción que se tiene de lo que es ser un hombre. Hay dos tipos de masculinidad, la natural y la impostada. La primera es sencilla de describir: un ser humano de género masculino que se limita a ser lo que la mezcla de predisposición genética, hormonal, educación y experiencias personales le empuja a ser. Tan sencillo como eso. Hombres que aman a las mujeres o a otros hombres, y que no por eso arrollan y construyen su mundo simbólico sobre la discriminación de los demás. Es, por así decirlo, una versión contemporánea del ideal caballeresco de antaño: un hombre que ama a las mujeres y que por ello las ayuda, las apoya, se relaciona con ellas de igual a igual, sostiene a fin de cuentas la vieja fórmula de la monogamia (“somos un equipo, hoy por ti, mañana por mi”). Son hombres no porque necesiten serlo, porque decidan serlo o porque se suponga que tienen que aparentarlo, simplemente lo son. Es algo natural que emana de forma lógica: se afeitan por las mañanas, ejercen de padres de familia, trabajan por el grupo, educan a sus hijos para que puedan valerse por sí mismos en el futuro, no los discriminan por género y desde luego no ejercen violencia psicológica, verbal o física contra su pareja o su descendencia. Y si son líderes es por su esfuerzo, su trabajo y su ejemplaridad. Eso es un hombre, no lo otro.

Porque, y esto, aunque evidente es importante recordarlo, no se maltrata lo que se ama. Si un hombre necesita ensañarse y maltratar a mujeres y niños simplemente es un ser profundamente débil que intenta compensar esa falta de personalidad y carácter mental convirtiendo la vida de los demás en un infierno. Son pequeños fracasos humanos que, sin saberlo, victimizan su entorno porque ellos también fueron víctimas, de sí mismos o de otros. Porque no hay peor verdugo que el que ha sido víctima. Pero por desgracia, aunque muy evidente, esto último no ha sido bien asimilado por muchos hombres, que buscarán cualquier resquicio por donde colar una discriminación de género global, porque si una mujer es mala se supone que todas las serán, como si la condición de una mujer perversa en concreto fuera definitorio para todo el género. Yo, por ejemplo, he conocido muchos ingleses borrachos y violentos, pero entiendo que no todos los ingleses son borrachos y violentos, ya que entre los más de 50 millones de ingleses debe haber alguno que, como mínimo, sea abstemio y pacifista, por ejemplo. Es muy estúpido desde un punto de vista lógico, porque presupone que de un simple caso concreto, o de un grupo de casos, se deduce que toda la población inglesa está compuesta por hooligans con déficit de atención.

¿Lo tienen? Bien, ahora cambien “ingleses” por “mujeres” y “hooligans” por “arpías”. ¿Entienden ahora a qué tipo de argumento circular falso nos referimos? Las mujeres no son otra especie, ni alienígenas que hayan llegado a la Tierra para socavar a la Humanidad (como si para ser humano fuera condición exclusiva tener los genitales colgando, como creían los antiguos, que llegaron a cuestionar si las mujeres tenían alma), son el 50%, son nuestras madres, hermanas, esposas, hijas, abuelas y amigas. Son parte de nuestra existencia como hombres tanto como mear de pie o afeitarnos por las mañanas. No hay futuro sin la otra mitad, los pájaros no vuelan con un ala sino con dos. Y es ahí, en esa fisura, donde nace la otra forma de masculinidad, la impostada, débil, falsa, hueca, vacía, en la que hay que derrochar virilidad y un comportamiento supuestamente masculino consistente en expresiones de dominación, fuerza física, supuesta fortaleza de carácter y esa especie de espíritu de manada que predispone a muchos hombres a reunirse en torno al grupo, al macho alfa, al líder. Porque siempre hay uno. Piensen y hagan memoria (si son hombres), seguro que en su grupo de amigos existe un pequeño rey que guía al resto. Aparte de lo que se podría pensar sobre esos “machos beta” que prefieren consagrarse a otro antes que a sí mismos, sólo hay que pensar que esa actitud pudo tener utilidad hace 10.000 años, o 5.000, incluso 2.000. Pero no ahora, en un mundo donde importa el conocimiento y la estrategia, las aptitudes intelectuales más que otras. Incluso los idiotas en auge lo saben.

Curiosamente el mismo proceso que se usa para discriminar a las mujeres se usó antes para arremeter contra cualquier otro grupo o minoría “perturbadora”. El racismo utiliza el mismo mecanismo, y al igual que el machismo (cuando no misoginia directa), es universal: hay europeos racistas, africanos racistas y asiáticos racistas, tanto hombres como mujeres. Si el racismo es malo, y muchos hombres luchan con esfuerzo y valor contra esta lacra, ¿por qué cuando llegan a casa siguen tratando a sus esposas, novias o hijas como si fueran seres inferiores que están ahí para servirle? ¿Acaso un razonamiento es válido si se trata de hombres contra hombres pero cuando cambiamos de género ya no es válido? Porque, aviso, un argumento racional es universal, es decir, se cumple siempre sea quien sea el sujeto del mismo. Todo lo demás son sentimentalismos baratos y concesiones a esa tradición metida con calzador desde niños. Una cosa es ser instintivo y tener cualidades animales, y otra construir una gran mentira que sólo nos ha retrasado. Porque el machismo es terriblemente improductivo. ¿Tener a la mitad de la Humanidad en casa en lugar de en las fábricas y oficinas?, ¿por qué ese desperdicio de mano de obra y de recursos humanos? Es como tirar sacos de dinero por la ventana.

Es sencillo: piensen ahora dónde estaría la Humanidad si desde el principio se hubiera contado con ellas, si hubieran recibido la educación que se le daba a los hombres, o espacio de expansión, si ambos géneros hubieran marchado al unísono, cada uno con sus particularidades. ¿Dónde estaríamos como especie a nivel social, cultural, técnico y económico si ellas hubieran contado como algo más que vasijas receptoras para generar a la siguiente generación, como son consideradas en muchas culturas actualmente? ¿En qué momento ser hombre se convirtió en condición de superioridad, hay alguna justificación para algo así aparte de la tradición religiosa claramente misógina surgida de Oriente Medio o de las culturas patriarcales de Asia? Incluso aunque consideráramos que una mujer es físicamente más débil que un hombre porque estos tienen más masa muscular, ¿acaso importa hoy cuando un humano urbanizado medio sería incapaz de sobrevivir en un bosque más de unos cuantos días?, ¿de verdad importan la fuerza física y los músculos cuando cualquiera puede apretar un gatillo y matar sin necesidad siquiera de acercarse al enemigo? ¿No será en el fondo que esos hombres que no aman a las mujeres son niños emocionalmente disfuncionales que han recibido una mala educación de sus familias, víctimas de una tradición que les empuja a ser lo que no son, a comportarse como no deben?

Muchos de ellos ya no tienen remedio. No todos tienen la capacidad ética y sentido común para cambiar. Muchos de esos hombres morirán convencidos de que las mujeres son menos que ellos, o que están todas locas de atar, o que la menstruación las vuelve caóticas y falibles. O cualquier otra excusa barata e infantil. No es casualidad que la mayoría de pataletas por las marchas de las mujeres (donde, por cierto, había muchos hombres, padres de familia, novios, esposos, amigos, hermanos, todos sin miedo a ser hombres de verdad) hayan venido de hombres en la recta final de sus vidas. A partir de determinada edad es complicado variar, pero no imposible. La edad no es excusa. A fin de cuentas este tema atañe a toda la especie. Sólo cabe esperar que la siguiente generación entienda mejor la realidad, porque si no, ésta les arrollará. Nuestra especie triunfó porque era más procedimental y tenía capacidad estratégica, porque pensaba más y mejor, y sabía adaptarse. Una pena que algunos no hagan honor a su condición de Homo Sapiens. Pero tranquilidad, todo esto también pasará. El salto llegará, porque ni Trump ni los suyos son eternos. Aviso para navegantes: el que no lo haga se descolgará de la civilización. Y fuera de ella hace mucho frío y se pasa muy mal. La especie debe avanzar cueste lo que cueste, moleste a quien moleste, caiga quien caiga.