La industria más caníbal jamás conocida junto con la maderera y la minera ya ha encontrado un filón nuevo: Isaac Asimov. El nuevo intento del show business norteamericano para depredar la obra de Asimov puede no ser el último, pero sí quizás el más serio, con dinero de Apple y unas consecuencias abrumadoras. Para el público no, que por fin podrá ver las novelas y relatos del polifacético autor en pantalla con algo de justicia, pero sí para la industria. No tanto por lo que se adaptará en formato de serie de TV, la saga ‘Fundación’, sino por las consecuencias para la ciencia-ficción como género o para la propia industria. Porque detrás de esto está Silicon Valley. Y eso significa mucho.
Contaba una lectora de ciencia-ficción que lo más complicado que existe en las adaptaciones de la literatura a la pantalla (grande o pequeña, da igual) era ser capaz de recrear los mundos ficticios con la tecnología actual. Una máxima indica que el salto de un libro al cine o las series de TV parte de la capacidad para trasladar esos mundos nuevos, surgidos de la pura imaginación. Decían lo mismo de Tolkien y su Tierra Media, pero la gran diferencia es que este mundo épico bebe de la Edad Media. Los referentes estéticos, culturales e incluso mitológicos son conocidos previamente. Pero con la ciencia-ficción se parte de cero: son mundos nuevos, con referentes en ocasiones muy difusos porque nada es igual. La buena ciencia-ficción se diferencia porque su adaptación siempre es un trabajo monumental. No imposible, pero sí extremadamente complicado.
Un buen ejemplo es Dune: la saga, célebre por su misticismo en el que se mezclaban espiritualidad, ciencia y tecnología, fue un quebradero de cabeza que sólo tuvo cabida en la mente de David Lynch, aunque finalmente los productores decidieron hacer su montaje. Para bien o para mal, fue un desastre que sin embargo se convirtió en referente estético. Pero no era ‘Dune’, mucho más compleja y profunda que lo que se ve en pantalla. Con ‘Fundación’ podría ocurrir lo mismo: aunque Asimov es junto con P. K. Dick el autor más veces adaptado al cine y la TV, su obra más famosa y referenciada es extremadamente compleja y será un reto. No sólo es el escenario tecnológico y psicológico, es el marco de referencias científicas y esa disciplina llamada “psicohistoria” que Asimov creó ex profeso para su obra. Si triunfa podría abrir la puerta definitivamente a la ciencia-ficción como género de vanguardia.
El problema con Asimov y la saga ‘Fundación’ es la tremenda ambición de la historia en sí, que transcurre durante miles de años en diferentes planos y lugares, con variedad de personajes, con una proyección que supera con creces cualquier otra saga de ciencia-ficción excepción hecha de la barroca y extraña ‘Dune’. Siempre se ha dicho que Asimov era clásico y plano literariamente, pero también que es uno de los grandes del género por derecho propio porque insertó en la literatura temas científicos (él lo fue, por partida doble además, química y bioquímica), porque muy pocos fueron tan ambiciosos y porque su creación de mundos es abrumadoramente inmensa. Va más allá de los 16 libros que de una forma u otra forman parte de la saga, sus temas y consecuencias influyen incluso en las otras sagas que creó. Por ejemplo con su disciplina inventada, la Psicohistoria, y porque anticipó con creces la Tercera Cultura que fusiona Humanidades y Ciencias. Desde luego no va a ser fácil, y el resultado puede ser clave.
Más allá de la calidad o no de Asimov (un debate ya antiguo similar al de la tortilla de patatas con o sin cebolla, se basa en el gusto de cada uno, no hay normas), o de si el proyecto sale adelante, la cuestión más destacable es el origen de este intento: Apple. La empresa de la manzana ya lleva tiempo con Hollywood en la mira de su poder financiero. Amazon le tomó la delantera, y una empresa del gremio, Netflix, lleva muchos cuerpos de ventaja a todos. Que Silicon Valley quiere fagocitar Hollywood es algo ya antiguo, pero nunca hasta ahora se habían dado los pasos correctos. Tanto que las majors más tradicionales (Warner, Sony, Disney, Columbia, Paramount, New Line…, muchas entrelazadas entre sí por compras de acciones) están preocupadas y se han lanzado a crear plataformas propias para combatir la invasión externa más efectiva en décadas.
Primero fueron los fondos de inversión y los bancos, luego fueron los gigantescos conglomerados de televisión y servicios, después los japoneses, los chinos y los petrodólares del Golfo Pérsico. Y entonces llegaron los “dragones” de la bahía de San Francisco, dispuestos a devorar una de las mayores fuentes de ingresos de la economía de EEUU. Silicon Valley tiene dos elementos que no tenían los otros caníbales: tecnología (medios) y dinero a raudales (fondos). Medio y fondo son clave para el banquete. Primero intentaron entrar en las corporaciones, y como no pudieron se lanzaron a hacer el juego del “invasor descontextualizado”: crearon una nueva tecnología que desbarataba por completo el viejo sistema tradicional de Hollywood y les daba la preeminencia. El pago por visión en streaming o por descarga carbonizó el anquilosado sistema de salas de cine, video y posterior venta para exhibición en televisión tradicional. Funcionaron como un extraterrestre con tecnología superior que invade un mundo más primitivo.
Silicon Valley creó un nuevo tipo de distribución controlado por sus principales empresas y obligó a Hollywood a pasar por el aro para evitar arruinarse. ¿No me dejas participar en la fiesta?, pues monto la mía y te obligo a pagar entrada para que asistas, con mis reglas y mis gustos. Netflix tiene su sede a apenas unos cientos de metros de los gigantes de internet y la tecnología, y no es casual: forma parte de ese mundo, y ha puesto de rodillas a la industria del cine y la TV. El método de conquista externa ha funcionado tan bien que Disney ya tiene preparada su propia plataforma, igual que Warner Bros y Sony: el simple hecho de que lo organicen ya dice mucho de cómo Netflix, el ariete de Silicon Valley, ha dado una patada a la mesa haciéndolo saltar todo por los aires. Otro ejemplo es cómo golpea en Europa: la película de Cuarón, ‘Roma’, que tiene muchas papeletas para llevarse un Oscar, ha sido un éxito en Netflix, vetada en el Festival de Cannes y estrenada luego en cines con triunfo de público y crítica. Por primera vez en casi cien años cambia el modelo de distribución, y quien no esté dentro se quedará fuera para siempre, porque no va a volver el cine de toda la vida.
El problema es que Hollywood, como toda forma de vida, se defiende. De momento lo ha hecho con murallas tradicionales, y de manera creciente imitando al enemigo. Pero va a dar igual: Warner Bros tiene dinero, pero Amazon y Apple tienen mucho más, y han desembolsado miles de millones en proyectos, compra de derechos… literalmente, en algunos casos, le han “levantado” a las majors de Hollywood a los mejores guionistas, directivos y directores. La gente no es tonta: las majors tenían una política de sueldos muy estricta, y Silicon Valley sólo ha tenido que sacar la chequera para que Nicole Kidman, Julia Roberts, o Jennifer Aniston, por citar a tres ejemplos de todoterrenos (ejercen de productoras, actrices y directoras en ocasiones) del gremio corrieran con entusiasmo a los brazos de las tecnológicas y sus plataformas de distribución. A fin de cuentas sigue siendo cine y televisión, sólo cambian los medios y el carácter de los dueños del dinero: pasan de los sátrapas de Los Ángeles de toda la vida (modelo Harvey Weinstein) a los siniestros gurús positivistas de la tecnología (modelo Zuckerberg y Jeff Bezos). Quién sabe si para peor.
En resumen: el público ganará, y también intérpretes, guionistas, directores, ejecutivos del trabajo de producción, los técnicos y toda la industria indirecta que mueve el show business (del catering a los alquileres para rodajes), incluso las productoras que se asocien a Silicon Valley para sacar adelante los proyectos. Incluso los herederos de Asimov, y la propia leyenda del polivalente grafómano de Isaac. En especial si la adaptación sale bien. ¿Quién pierde entonces? Pues los antiguos amos del negocio. Pero no se engañen, no se ha democratizado la industria, no se ha abierto, sólo asistimos a una versión soterrada, sinuosa y discreta de ‘Juego de Tronos’: quítate tú para ponerme yo. Lo que está claro es que el negocio ya no volverá nunca a ser el mismo, que el poder de los espectadores-consumidores tampoco (todos hemos ganado en libertad de elección y forma de consumir, un poquito, no mucho, pero algo). Otra cosa es lo que pase después. De momento que los fans de Asimov se preparen, para bien o para mal.