A Marte los humanos emigrarán por estampida ante el horror formado en la bola azul. Quizás allí podamos construir una versión mejorada de la civilización humana, algo parecido a lo que deberíamos ser si nos consideramos seres racionales e inteligentes. Pero primero quizás habría que mejorar aquí en la bola azul, evolucionar antes de viajar. El salto. Siempre el salto: ese gesto sin realizar, en eterna dilación y espera, que nos haría mejores. No llega, y la parte de la Humanidad que es consciente de la situación sueña una y otra vez con el reseteo lejos. Escapar no arreglará nada.
Hace algunos meses el humorista, presentador y agitador Bill Maher, una versión norteamericana y extrema del Gran Wyoming (pero mucho más original, cómico, virulento, siniestro y rico que el ibérico), dedicó casi diez minutos a despotricar sobre la inutilidad de viajar a Marte y colonizarlo, porque el verdadero esfuerzo humano debería centrarse en arreglar el único planeta que tiene disponible en lugar de consumirlo como una cerilla mientras busca la siguiente. No negaba la utilidad de ir a Marte, pero sólo cuando la Tierra sea el mundo funcional y equilibrado que debería ser antes de pensar en saltar al siguiente planeta. No le falta razón, porque Marte se ha convertido en una muletilla de la cultura popular en la que una parte de la Humanidad sueña con huir del resto de humanos, cargando sobre otros la responsabilidad de la nefasta gestión de la Tierra. Sólo los humanos somos responsables de lo que sucede, todo lo malo y lo bueno. Especialmente cuando la ideología deja de ser un apoyo para una vida mejor para convertirse en la única verdad y la realidad deba, en una reacción típicamente humana e infantil, amoldarse a las ideas personales.
Y esto me lleva a un acto de cobardía personal. Un par de años atrás estuve a punto de publicar esto en Facebook, pero me contuve, acobardado porque los amigos ofendidos siempre devuelven las puyas por chats privados para ser más lacerantes. Pero no reniego: “Cada vez se hace más complicado lidiar con los amigos de esa izquierda irredenta que no entiende que la vida no es blanco o negro, sino gris brumoso, que la ideología es un corsé donde no cabe la realidad y que la teoría lo aguanta todo, en especial los errores de juicio. Cada vez se hace más complicado soportar a los amigos de derechas tan repletos de prejuicios que son incapaces de pensar por sí mismos, como lemmings camino del acantilado persiguiendo fantasmas, en los que el cerebro se ha desconectado del alma. Unos y otros, cargados de clichés y lugares comunes donde sus miedos se sienten cómodos, siempre marcando fronteras imaginarias y líneas rojas, sólo consiguen destruir todo lo que les rodea”. Entonces pensaba hablar sobre Marte y las opciones de construir esa nueva “Humanitas” mejorada. Vulcaniana, porque supuestamente sería más racional y eficiente. Guardé el texto y me olvidé de él hasta que lo encontré por casualidad. Me arrepiento, por eso lo hago ahora.
Marte es una excusa. En realidad repetiríamos los mismos errores pero con un escenario todavía más complicado: no hay atmósfera respirable, y la que hay es devorada continuamente por la radiación solar y cósmica de fondo ya que el planeta de ese tono anaranjado oxidado no tiene un campo magnético suficiente, debido en parte a que su núcleo no gira con la suficiente velocidad como para reforzarlo. Es, irónicamente, una versión fracasada de la Tierra, lo que podría haberle pasado al tercer planeta del Sol si no hubiera tenido un núcleo más grande, más rápido y no haber estado en la órbita perfecta para permitir la vida expansiva y no un atajo de microbios en perpetuo modo espartano, que es lo que probablemente debe sobrevivir en Marte ahora mismo. Salvo que los marcianos se hayan escondido tan profundo que ni siquiera la Mars Global Surveyor que lo orbinta sea capaz de localizarles.
Antes de viajar todos deberían leer las ‘Crónicas Marcianas’ de Ray Bradbury, una delirante pero al mismo tiempo plausible cadena de historias sobre cómo sería la colonización de Marte. Del libro (insisto, debería ser obligatorio en las escuelas) se pueden extraer tres lecciones: primera, que los humanos llevamos en cada viaje y migración todos nuestros defectos, que no importan los códigos, protocolos, procedimientos y normas, al final el mono enajenado que todos llevamos dentro siempre sale a la superficie. Segunda, que el sentimentalismo (que es justo lo contrario de la emotividad, ya que ésta nos hace mejores, mientras que el otro nos ciega) es como un saco de arena en la quilla de un globo, si no cortamos la cuerda nunca ascenderemos. Tercera, que por muy grande que sea el desastre provocado por nosotros mismos, los humanos tienen una capacidad innata e inquebrantable para levantarse y empezar de nuevo.
Maher tenía razón, antes de soñar con apoderarnos de Marte y convertirlo en una versión algo más fría (por ser más distante del Sol y recibir menos energía) de la bola azul, quizás deberíamos resetear la propia Tierra. Y Bradbury también: hagamos lo que hagamos, nuestra naturaleza emergerá para lo bueno, pero sobre todo para lo malo. Es como lidiar con dos Yo antagónicos: uno es un vulcaniano racional, lógico, funcional y próspero que medita antes de actuar, reflexiona y elige la opción más viable, a pesar de que siempre haya efectos colaterales, los cuales a su vez podrían ser compensados con otras decisiones posteriores; ojo, no es un Yo frío sin empatía, ya que la emotividad ayuda a cimentar esa misma empatía y nos hace más solidarios con el otro. Luego está el otro, el mono idiota sentimental y primitivo que aporrea el mundo con sus deseos, incapaz de escapar de los lugares seguros y comunes, corriendo siempre a las faldas de la tribu, la nación, la Fe, la tradición y el egoísmo cuando se siente amenazado. Un Yo para el que la Tierra es una guardería sin nadie adulto al mando y se acaba la comida.
Lo peor de esa dualidad es que no va a cambiar. No de momento. Seguimos con el lastre en la quilla, el mono gritando al otro lado del espejo, paralizados por el miedo y los supuestos dogmas y símbolos que en lugar de cimentarnos son como zapatos de cemento mientras nos ahogamos. Y Marte siempre estará ahí, esperándonos con la promesa de ser la futura casa común de una Humanidad que quiere ser mejor y liberarse de las cadenas que la atenazan. Pero para eso primero habría que hacerlo aquí. Quizás Marte pueda ser nuestra Vulcano, una segunda Humanidad más racional, más moral, más solidaria y libre. O puede que, como avisó Bradbury hace más de medio siglo, la promesa de otro fracaso. Todo depende de lo que hagamos primero aquí. Y no parece que esto vaya a cambiar pronto. Para nada.