Han pasado 40 años desde que los Monty Python sacaran adelante la que, según ellos mismos, es su mejor película, ‘La vida de Brian’. Una sátira, una comedia, una larga carcajada absurda directa a la inteligencia que fue sistemáticamente censurada, vilipendiada y luego olvidada. Cuatro décadas después no sólo es la mejor película cómica sobre la religión, sino que es un filme de culto que encumbró para siempre al grupo británico cuando ya estaban a punto de disolverse.
Lo peor, y lo mejor también, es que si la hubiera hecho hoy habrían tenido los mismos problemas para producirla, rodarla y estrenarla. Puede que incluso muchísimos más, los habrían denunciado y difamado hasta la extenuación en internet, el mismo mundo en el que ‘La vida de Brian’ creció hasta ser un icono de la irreverencia y la inteligencia a partes iguales. Irónico. Tal y como ha demostrado el tiempo, sus argumentos son igual de válidos hoy, esa crítica hacia el fanatismo religioso, que no la Fe, sino el uso abusivo y sobre todo la estupidez inherente a considerar tu verdad como la única posible. La cuestión es que la génesis del filme, que se ha reestrenado temporalmente en medio planeta para celebrar el aniversario, tuvo un punto de partida concreto: mejor no tocar a Jesucristo.
La idea era sencilla: un pobre desgraciado (Brian) al que confunden con el Mesías, alrededor del cual se organiza toda la opereta absurda que le lleva directo al mismo destino que el auténtico Jesucristo. Entre medias nacionalistas judíos, una madre indeseable, los romanos, un extraño cameo alienígena, Jerusalén como un hervidero de gurús mesiánicos, la religión judía como escenario de fondo para todo tipo de sketches y esa canción final de Eric Idle que conocen millones de personas. Como indicaron los propios miembros del grupo, no se trataba de cebarse con Jesús de Nazareth, sino con los extremos de la religión como un problema en sí mismo. Así que crearon un falso Jesús que se convierte en tal por error, sin pretenderlo. Una larga cadena de errores y malos entendidos conducen a ese final apoteósico.
Entre medias uno de los mejores ejercicios de humor inteligente del siglo XX, a la altura de ‘Los caballeros de la tabla cuadrada’ o incluso de ‘El sentido de la vida’, por mencionar las otras dos grandes películas. Ahora bien, hay que contar varios sucesos de cómo se gestó el proyecto: en un retiro en las Barbados, con la productora EMI dispuesta a financiar el filme hasta que los jefes leyeron el guión y lo cancelaron. Entonces apareció George Harrison, ex Beatle, que creó una productora propia, hipotecó su casa y financió la película. Todos los que podían haber torpedeado el proyecto lo hicieron, pero fue el silencioso de los Beatles el que puso el dinero para que saliera adelante. La razón es sencilla: la religión es como una bomba llena de cables con la que nadie quiere jugar. Por las consecuencias. Lo cual choca directamente con la libertad creativa y de expresión.
En nombre de Dios y de la religión se han cometido algunos de los peores crímenes de la Historia, vilipendiando no sólo la Fe que dices proteger o promover, sino llenando de horror a la propia Humanidad. Todas, y recalco lo de todas, han cometido estos excesos, que van desde persecuciones a directamente los indisimulados intentos de genocidio. El último el de los rohingya en Birmania: su pecado es ser musulmanes en un país budista bajo una tiranía militar apenas encubierta por unas elecciones democráticas que muy pronto olvidó los principios de Buda y alentó la guerra religiosa para saquear, robar, matar, violar y empujar sin cesar a los musulmanes hacia Bangladesh. Algo muy parecido a lo que hizo el ISIS contra cualquiera que se moviera, desde los chiitas y minorías sirias hasta los cristianos de Oriente Medio, laminados sin misericordia hasta prácticamente expulsarlos de Irak y Siria. Y no volverán.
Este mismo proceso se ha dado desde el principio de los tiempos, lo que induce a pensar que el problema no es una religión en concreto, sino todas, ya que exigen una creencia en la única verdad, que siempre es la suya. Este proceso de embudo dogmático se acentuó con el monoteísmo; el paganismo multiplicaba deidades como herencia de esas religiones surgidas de los primeros tiempos, cuando cada fenómeno natural era un principio divino y la estructura tribal y familiar se proyectaba en las familias de dioses. Con la teología más abstracta del monoteísmo sólo hay un principio creador que lo rige todo, y al que todos deben subordinarse sin fisuras. Ese “conmigo o sin mí” (luego contra mí) es la base del fanatismo que convierte la liberación espiritual a través de la Fe en un monstruo capaz de matar sin compasión. Hacía dirigieron los británicos sus cañones de humor.
La decisión creativa de no atacar a la piedra angular del cristianismo fue un acierto por muchas razones; la más práctica, que así se ahorraban ser poco menos que perseguidos. La teórica: era la salida fácil, una trampa para unos tipos que habían demostrado que el humor nunca volvería a ser el mismo con la inteligencia sulfúrica que aplicaban a todo. La teológica: Jesucristo, como dijeron Terry Jones y John Cleese, era un “buen tipo” rodeado de chacales en su época. Un hombre que predica la compasión, la piedad, el amor al prójimo, que considera a todos los seres humanos iguales hijos de un Dios que les da libre albedrío para que puedan elegir el camino correcto… y al que crucifican en un ejercicio de martirio aleccionador. En una época donde la esclavitud era legal y habitual, en la que ni todos eran iguales ni pretendían serlo, y donde el concepto de libertad de elección era una locura utópica. Como se han hartado de decir muchos teólogos, Jesucristo fue quizás la figura más subversiva de la Historia junto con otro rompedor de cadenas, Buda.
Y sobre ese escenario aparecieron los Monty Python para hacer una película que, curiosamente, sólo saca a Jesús una vez: en el Sermón de la Montaña. Justo el corazón de gran parte del cristianismo más amplio y liberador; todo lo demás era la historia del pobre Brian. Ni son lo mismo ni pretendía serlo. El filme hay que entenderlo como un acto de herejía que no de blasfemia, y por herejía concebimos un relato alternativo al tradicional que no tolera el humor ni que le muevan el pedestal a la oficialidad. Justo lo que hizo la persona histórica a la que dicen defender, trastocarlo todo. Sólo es una película de la que quizás nadie se acuerde dentro de otros 40 años, pero anquilosar y sacralizar sin fisuras carcome tanto una Fe como no defenderla. El impulso de la represión y la censura sólo retratan al que intenta aplastar al otro. Nada hace más daño a una religión que no cuestionarse nada y petrificarla, o peor, el fanatismo.
Han pasado 40 años y el cristianismo sigue en su sitio, aquel que sus fieles le dan (que son los que de verdad importan) y que sobreviven a los errores de la jerarquía eclesiástica (católica, protestante, ortodoxa, diferente traje para el mismo impulso piramidal) incapaz de entender el mundo en el que viven. Una película no gana guerras, ni resquebraja casi 2.000 años de Historia. La intolerancia sí. Afortunadamente George Harrison estaba allí, y los Monty Python remaron para sacarla adelante, con Terry Jones de director y Terry Gilliam en el diseño artístico. Un consejo, busquen la película, véanla, sin prejuicios y sin fobias predeterminadas. Descubrirán por qué es una joya.