Se cumplen 100 años de la Bauhaus, un proyecto revolucionario que nació en Weimar en 1919 y que culminó con un escandaloso cierre por parte de los nazis en 1933. Irónicamente su disolución provocó el exilio de sus creadores y alumnos, expandiendo sus ideas por toda Europa y EEUU. Más de una década de vaivenes políticos y humanos que sin embargo no alteraron el legado artístico de la Escuela de la Bauhaus: la belleza moderna debía ser funcional, sencilla, minimalista, el diseño adaptado al uso y a su función real; lo industrial también podía ser arte y belleza, que se alcanzaban por la funcionalidad sencilla y elegante.

El viejo mundo de los artesanos encontró eco en aquellos arquitectos, escultores, pintores, diseñadores de muebles, dramaturgos, fotógrafos y todo tipo de creadores que pasaron por sus aulas, con los mejores de su campo como maestros de un centro único y lleno de vida. Fue centro de vanguardias rompedoras, más incluso que muchos de los ismos que brotaron en aquella Europa de Entreguerras como una explosión vital de vida artística y cultural en el momento clave: el mito civilizador europeo había muerto en las trincheras de Verdún, la industrialización ya había alcanzado la máxima velocidad, el hedonismo y el ocio eran legítimos y necesarios después de las desgracias, pero sobre todo la nueva sociedad de masas industrial había roto con el viejo mundo definitivamente.

Pero aquella Alemania de Entreguerras era un campo de minas político que asfixió a la escuela, incluso desde dentro: Mies van der Rohe, harto de que las revoluciones políticas le incomodaran en su verdadera misión artística, los echó poco a poco para evitar el cierre de la escuela. Los nazis primero le tendieron una mano, luego estrangularon también al más tradicional de los jefes que tuvo la Bauhaus hasta conseguir cerrarlo. Mies, como tantos otros, fue víctima de su ingenuidad política frente a la maquinaria fascista y el inminente choque de mundos en forma de guerra. De nada le sirvió “limpiar” de izquierdistas, comunistas, anarquistas y muchas etiquetas más la escuela, la suerte ya estaba echada. Alemania era un crisol de fobias ultras que sólo se curaría reventando por las costuras, algo que no se lograría hasta pasado 1945.

Sin embargo su legado perduró: el arte cambió para siempre, basculó de lo académico y vanguardista sin más búsqueda que la belleza y la pureza del arte, para ser un todo funcional en el que incluso lo industrial fue la plataforma para la creatividad. No hay que olvidar que la Bauhaus está detrás de la vía del diseño industrial, textil y arquitectónico que hoy es el estándar: lo sencillo es bello, lo funcional es hermoso y también necesario, la forma se adapta al uso, y al crear esa forma el artista desarrolla una obra bella y casi perfecta. Piensen en los muebles de Ikea, en el minimalismo eficiente de un loft, en esa arquitectura moderna sin estilo pero sí una lógica diáfana. A partir de ahí nació gran parte del diseño moderno, desde las sillas hasta, por ejemplo, el iPhone, una consecuencia de largo recorrido de las ideas de la Bauhaus: sencillo, funcional, hermoso. y casi perfecta. A partir de ahdesde las sillas hsata, por ejemplo, desarrolla una obra bella y casi perfecta. A partir de ah

El gran mérito de la Bauhaus fue ser capaz de sobrevivirse a sí misma como ismo; irónicamente el exilio provocado por los nazis sólo ayudó a internacionalizar un movimiento alemán y europeo por definición, para ser universal ya en los años 50 y 60, cuando Gropius y Van der Rohe creaban edificios en EEUU que serían el espejo y uno de los legados de la escuela. El exilio los hizo universales. Y como todo movimiento de éxito, impactó de forma subterránea tanto o más que sobre la superficie: podemos seguir los caminos y rutas de creación del siglo XXI hasta los años 20 en aquella Alemania depauperada pero frenéticamente creativa. Y no hay mayor celebración y mérito que ése.