En toda crisis hay dos opciones: el caos o la organización. En toda tragedia hay dos salidas: el dolor ilimitado o la resiliencia. En todo estado psicológico, emocional y social de alteración hay dos reacciones: ser apocalíptico o ser proactivo. Es la diferencia entre salir del agujero con fuerza o no hacerlo.

Un apocalíptico puede tener muchas vías de desarrollo. Por ejemplo los fiscales del Tiempo, que se obsesionan con el pasado y bregan para responsabilizar de la situación en lugar de luchar para arreglar la propia situación. También están las plañideras propias de las Pinturas Negras de Goya, incapaces de hacer otra cosa que no sea recrear en bucle la tragedia que viven sin optar nunca por buscar soluciones. Y luego surgen los salvadores que reman contracorriente porque creen que su solución es la mejor y están dispuestos a desbaratar cualquier otra con tal de imponer su punto de vista. Los dos primeros se regodean activamente (atacando) o pasivamente (atrapados en la emoción), el tercer tipo de apocalíptico es una bomba de relojería que puede llevar al grupo hacia el desastre por interés personal.

En esta crisis sanitaria hay dos impactos terribles, primero el humano, con más de 3.400 muertos y miles de infectados, pero también el material, ya que el confinamiento masivo obliga a paralizar toda la economía y genera una crisis general de incalculables consecuencias. Cada persona, en función de sus circunstancias y arquitectura mental, reacciona de una manera u otra. Objetivamente siempre será mejor ser un proactivo que un apocalíptico, porque los primeros buscan soluciones y dejan la negatividad para el día después ya que ésta sólo enturbia y empaña. Se trata de aprovechar el “momentum” reactivo para salir del bache cuanto antes. Los apocalípticos extienden las reacciones negativas más allá de lo razonable y con ello anulan cualquier tipo de solución. Cuando el ruido y la furia resuenan más que las ideas y el pragmatismo es que las cosas van mal. Y terminarán peor si no hay una reacción positiva.

Un proactivo sólo tiene una vía de desarrollo: buscar soluciones. Aplazar el reparto de culpas o responsabilidades para salir del momento de ruptura siempre será mejor que enfangarse, por una simple cuestión práctica, ya que el motivo de la crisis no desaparecerá hasta que se aborde con resolución. Una imagen explicativa: cuando llueve y truena no te quedas gritándole al cielo culpándole de que te estés mojando o te haya arruinado el picnic, sino que te refugias o abres el paraguas. Puede resultar muy reduccionista, pero la verdad siempre es simple: en lugar de fustigar aquí y allá, de corretear como un idiota bajo la lluvia, buscas refugio, te secas y abres paraguas, te cubres la cabeza y desmontas el picnic. Y luego, cuando deje de llover, es cuando buscas al inútil (un gobierno timorato, por ejemplo) que te dijo que no llovería.

Con la pandemia del coronavirus Covid-19 ocurre lo mismo: una parte muy significativa de la opinión pública se comporta como un apocalíptico alocado incapaz de salir del bucle fiscalizador. Que lo haga un partido político opositor puede tener cierto sentido a largo plazo (ésa es su función, controlar al gobierno), pero que lo hagan los ciudadanos que deben aguantar la embestida es contraproducente porque anula su reacción útil contra la propia crisis, que en este caso consiste en el confinamiento y la resiliencia. El miedo es libre, como los ciudadanos en una democracia. Cada uno puede gritarle al cielo, patalear o consumir energías en la furia cuanto quiera, pero todo eso no cambiará la situación. El grado de resiliencia de la opinión pública española es muy alto en general, pero no tan extendido como sería necesario para superar cuanto antes la peor prueba a la que se ha enfrentado el país desde hace muchas décadas.

El ruido y la furia que viajan a lomos del miedo son muy contraproducentes. Quizás la frialdad de algunos individuos pueda ser una ventaja, pero la masa nunca es fría, es como una caja de resonancia de todo lo malo. Ya avisó Ortega y Gasset de que vivíamos tiempos de tsunamis irrefrenables donde la razón no entra en el cálculo. Por eso quienes sí tienen tiempo para razonar deberían dejar de poner palos en las ruedas y ser más proactivos. De lo contrario se convierten en una mezcla del primer y tercer apocalíptico, la peor combinación posible y que sólo lastra al resto. Lo que estamos viviendo es una prueba que permitirá ver quiénes están del lado de la gente, a quiénes les importa muy poco sus conciudadanos, quiénes trabajan por el bien común (que también es el suyo) o quiénes sólo piensan en sí mismos con un cálculo a largo plazo. De esos egoísmos dependerá mucho el resultado final. Y el Tiempo es un juez retorcido y puñetero que suele dejar con el culo al aire a los embaucadores y los egoístas, y eso sirve tanto para el gobierno como para todos los demás.