Una de las lecciones recurrentes de toda crisis sanitaria es fortalecer la propia sanidad. Un virus puede hacer más por el futuro sanitario de un país que miles de millones de euros en marketing y propaganda política. En algunos lugares como Madrid o Cataluña años de recortes presupuestarios estallan en la cara de gobiernos y ciudadanos. Y el sistema sanitario privado jamás podrá encajar un suceso como éste, porque se diseñó para una minoría que pide hora con tranquilidad, no para urgencias o las masas. Pero se pueden sacar tres lecciones positivas para el futuro.

Imagen: ‘Bedtime’, portada de Chris Ware para New Yorker

Lección número 1 del día después: cada euro invertido en la sanidad pública es útil. Podríamos incluso sacar una Lección 1.1: cada euro invertido en ciencia tiene un valor que ningún contable podrá jamás cuantificar. Uno de los problemas derivados de abandonar la toma de decisiones a las frías calculadoras es que se pierde perspectiva (estratégica y moral), dimensión social (de grupo) y terminas por perder más de lo que ganas en el bolsillo. La táctica es siempre la misma: por el ahorro al Cielo, pero sin caer en la cuenta de que los recortes te debilitan. Resulta curioso que en los peores momentos históricos la Humanidad siempre ha tirado por la borda primero a los contables y los que se aterrorizan con el gasto social. Y no son izquierdistas alocados los que suelen reaccionar así, sino los propios capitalistas que ven cómo Keynes crece hasta convertirse en un coloso imperecedero y lo sacan del armario como quien pone a pasear a un Santo salvador.

El gasto sanitario nunca es desperdicio, es inversión. Te preparas para la siguiente guadaña que te venga a buscar. Años de eliminación de camas y pabellones, de personal sanitario, de reducción de presupuestos para alimentar artificialmente al sector privado (que siempre apostará por el partido político que le ría las gracias y abra las manos a su dinero) han creado el caldo de cultivo perfecto para la saturación que vemos hoy en España por culpa del coronavirus. En otro escenario, con el mismo nivel de inversión que en 2008, por ejemplo (después de crecer durante años tras la crisis económica), el impacto se hubiera encajado mejor. Pero ése es un escenario alternativo que vale tanto como pedir un deseo mientras soplas las velas de una tarta. Debe servir para el futuro, que es lo único que ahora mismo importa, porque el presente es de supervivencia resiliente.

Lección número 2 del día después: mientras lloras el presente, prepara el futuro. El gobierno da bandazos como lo haría cualquier otro, incapaz de anticiparse, siempre a remolque de una pandemia que sólo un puñado de especialista intuyó y que alecciona a los seres humanos por la vía habitual, con sangre, sudor y lágrimas. Hay algo transversal y unificador en las pandemias: da igual cuáles sean tus ideas y creencias, al virus (y sus consecuencias) le importa muy poco, te va a aplastar igualmente. Si el presidente hoy fuera Mariano Rajoy habría incluso más rabia acumulada que apenas supura por las redes sociales y los chat de Whatsapp. Ser de izquierdas o de derechas poco tiene que ver. Rajoy habría luchado igual que lo hace Sánchez, habría cometido errores parecidos (o peores visto cómo actuó con el conflicto catalán) y hoy pedirían su cabeza sin compasión. Porque el cálculo electoral es omnipresente y la gente prefiere repartir culpas rabiosas que apretar los dientes y luchar. Eso lo dejan para los sanitarios desbordados por la falta de medios y protocolos por… (Lección número 1).

Y también dará igual qué gobierno llegue después, si es que cambia. No hay que olvidar que las potenciales fobias que genera el tándem Sánchez-Iglesias también las genera (puede que incluso más) el dúo Casado-Abascal, que tiene sólo la ventaja de que no podemos contrastar su nivel de inutilidad e improvisación en una situación semejante. Lo que todos deberían aprender, más allá de sus ideologías, filias y fobias (que son las que realmente gobiernan España desde hace más de un siglo, no las ideas) es a prepararse para la siguiente ola. Porque habrá más epidemias, incluso peores. Esto sólo parece un primer ataque preventivo de una Naturaleza que siempre reequilibra el desorden por la vía menos sutil. Deben crearse protocolos nuevos de actuación, un plan maestro surgido de la experiencia y lo suficientemente conciso como para reaccionar con velocidad, pero también flexible y que deje espacio para las improvisaciones inteligentes con las que poder adaptarse. Una forma de vida inteligente improvisa sólo cuando no hay más remedio y confía en sus planes previos (A, B, C… hay muchas letras en el abecedario, da para tener imaginación).

Lección número 3 del día después: confía en la ciencia, no en tus creencias. Desde hace un par de semanas circula una viñeta cómica aparecida en la cuenta de Gio Beretta que ha clavado la situación actual: un científico investiga una vacuna en un laboratorio rodeado de sacerdotes y religiosos asustados que le repiten “Please, hurry up!” (“Por favor, date prisa”) mientras por la derecha aparece un coronavirus enorme y rugiente que ya saliva para devorarlos. Es una metáfora visual muy buena de que en la bonanza a todos nos da por creer, pero que es la ciencia la que nos salva el pellejo a todos. De repente se han esfumado los antivacunas, y los irresponsables como el presidente de México que reparten estampitas para rezar y curarse se retractan en público por su estupidez. La muerte pesa más que la Fe, no lo olviden nunca. Lo que prima es sobrevivir, y entonces ya no hay escrúpulos espirituales. El pensamiento mágico se esfuma al primer envite, y sólo se refuerza si el sufrimiento es extremo (cuando todo falla siempre te queda Dios, el último recurso).

Al igual que con la sanidad, los recortes de presupuesto en I+D también pasan factura. Quizás de forma mucho menos indirecta, pero al igual que la inversión sanitaria la apuesta por la investigación rinde frutos a largo plazo. Dentro de unos años tendremos vacunas no sólo para el coronavirus sino para multitud de virus similares. Pero siempre es a posteriori. Como dije antes, luchamos contra el presente pero nos preparamos para el futuro. Una sociedad perfecta habría pensado hace años, después de la gripe aviar y el SARS, en diseñar nuevas vacunas para todo tipo de virus, pero eso es poco menos que utópico e irreal. Puede que esta crisis sirva para recalibrar el grado de excentricidad del que podemos disfrutar, abandonar ese pensamiento reaccionario y paranoico tan moderno que prefiere ir contracorriente y confiar en lo mágico antes que en lo empírico. Porque rezar no te salvará del virus, igual que tampoco los remedios alternativos o marginales que son ambas cosas por una razón: no funcionan. Quizás ahora se valore mejor invertir hoy para sanar mañana y no dejarlo a la improvisación. Y eso vale para todo, no sólo para la medicina.