Para estos tiempos en los que el ánimo, los nervios, la serenidad y lo que creíamos un mundo bien controlado saltan por la ventana no hay mejor recurso que el estoicismo, y más concretamente la ética estoica. Olvídense de la dimensión popular banal que le ha dado el tiempo, un individuo estoico es mucho más que alguien que aguanta con todo. Eso sólo es una burda simplificación. Y si ha habido una época para ser estoico, desde luego es ésta, y más en España, donde la impaciencia es la Reina dominante. No va a ser mucho, tranquilos, apenas tres o cuatro párrafos muy concentrados para leer del tirón.

Creían los estoicos que la libertad individual era en realidad una pretensión vacía, ya que consideraban que todo lo que sucedía estaba predeterminado por lo que teorizaban como “proyecto cósmico” (si es usted creyente sustitúyalo por “voluntad divina” y funciona igual, ya que el estoicismo fue parte de la base filosófica del cristianismo primigenio). Tranquilos, es duro de admitir para alguien del siglo XXI, pero sigan leyendo. Según los estoicos, todo lo que pasaba sucedía de forma determinista y el ser humano sólo podía aceptar su destino, que consistía en vivir en equilibrio con la Naturaleza y hacer el bien. Puede parecer agobiante y constreñido, cierto, pero la ética nacida a partir de ese concepto sí que es tremendamente interesante para una población zarandeada por los sucesos sin que tenga el más mínimo control sobre ellos. Los estoicos consideraron que, de ser así la realidad física determinista, sólo cabía vivir según la razón y la virtud, y para ellos hacer el bien o, mejor dicho, “vivir bien”, consistía en evitar las pasiones que nos nublaban la razón y nos hacían tomar decisiones y actitudes poco constructivas frente a la realidad. ¿A que ahora ya ven por dónde voy?

Para los estoicos el miedo, la rabia y el estrés que ahora sienten todos confinados (y que aumentará a medida que podamos salir porque mientras dura la arremetida somos más fuertes que al final) sólo eran reacciones erróneas que debían dominarse con el autocontrol de la Razón: no voy a sentir miedo porque no me ayuda, no voy a sentir rabia porque me nubla el juicio y no me ayuda… Y además esas pasiones nos alejaban del Bien supremo, que para ellos era siempre un principio racional de bondad y justicia en el mundo. Los estoicos teorizaban que este planteamiento nos hacía imperturbables e impasibles a los sucesos, ya que los encajábamos con lógica y sin temor: viniera lo que viniese, estábamos ya preparados para el golpe, de forma que ese autocontrol nos hacía incluso libres del propio determinismo. Para un sabio estoico aquel humano que se deja llevar por las pasiones no es más que un esclavo de sí mismo incapaz de superar su estado y por lo tanto condenado a sufrir y fracasar. Aquel que, en cambio, vive conforme a la Razón y se relaciona con la realidad de forma racional de tal manera que es capaz de sobreponerse.

Para los estoicos (tranquilos, ya falta poco para terminar) creían, sobre esa base, que el humano “liberado”, o cuando menos preparado para entender el mundo, era aquel que conjugaba la templanza, la sabiduría, el coraje y la justicia. El mal era para los estoicos en realidad consecuencia de la ignorancia sobre la Naturaleza y su condición dentro del Universo. Su solución era examinar nuestros juicios y comportamientos y filtrarlos a través de la Razón y la aceptación de la realidad. Usando una metáfora muy moderna: no dominamos la realidad, sino que cabalgamos la ola de la realidad. Con la pandemia ocurre lo mismo: nuestra situación psicológica es la antítesis de lo que éramos antes, y eso conduce a un fuerte rechazo emocional que nos nubla por completo. El humano moderno (al menos en Occidente) se ha acostumbrado a vivir libre política, económica y socialmente, y entiende que esa libertad incluye el dominio sobre su tiempo y su realidad. Y entonces llegó la pandemia…

El determinismo de los estoicos sólo era una consecuencia de su concepción física del Universo (en la tradición griega) como una gran máquina causal (el “Deus ex machina” de los cristianos) donde todo sucede porque obedece a un “principio activo” que rige el orden y el todo. Nosotros, más de 2.000 años después, podemos entender que la realidad es algo más complejo que como la veían los estoicos, y sí que existe un grado amplio de libertad en todo lo que hacemos. Ellos vivieron en un mundo dominado por la injusticia y el capricho de los tiranos donde nuestra forma de vida era poco menos que utópica e imposible. Pero ese modo de vida que nos lo da todo salta por los aires por un virus incontrolable (por ahora) y al primer envite nos tiramos de los pelos, incapaces de calmar la rabia contra todo: contra los vecinos que salen a la calle, contra el Estado, contra el Gobierno, contra los políticos y los empresarios, contra la policía, contra la OMS, contra China, contra los que tienen perros o los que tienen niños… No sólo no es bueno, es que no sirve para nada.

Respiren hondo. Templanza, coraje, razón, justicia. Piensen todo dos veces, aparten la furia simplista que sólo sirve para que se suban por las paredes y sufran, porque vociferar la rabia sólo sirve para que se extienda y todo sea peor. Ánimo. Y un consejo: las ‘Meditaciones’ de Marco Aurelio, es la puerta más accesible a los estoicos. Quizás salgamos de esta mejores que antes. Quizás.