Falsa porque el ser humano es tremendamente persistente en sus errores, los cuales comete una y otra vez, en diferentes versiones y dimensiones. El golpe no ha sido tan fuerte (todavía), pero sí podría ser el principio de una cadena de impactos que sí podrían, a largo plazo, provocar un cambio. “Nueva normalidad” es un concepto basado en la idea apresurada de que la pandemia va a cambiar sociológicamente y materialmente nuestra cultura, lo cual es tremendamente ingenuo y es probable que esconda algún tipo de intencionalidad camuflada. El legado del Covid-19, como ha ocurrido en casi todas las pandemias y giros violentos de nuestra especie, va a ser más complejo e incontrolable de lo que pensamos.

La falta de perspectiva es uno de los peores fallos individuales; después de todo estamos sometidos a nuestras propias trampas vitales: hipotecas, facturas, deberes familiares, deudas, relaciones… todo cuenta y todo distorsiona. Quien tenga dos hipotecas (por ejemplo) no va a plantearse grandes preguntas porque el aquí y ahora lo determina todo. Para ese tipo de personas la realidad no va más allá de su limitado campo de visión. No proyectan, sobreviven. Es una de las características propias del ciudadano contemporáneo: sus cargas del presente son tan grandes que sólo le queda tiempo efímero para la nostalgia y ni se plantea mirar más allá del siguiente lunes. Un humano ocupado es un humano que no piensa, no razona, se concentra en lo inmediato y lo material, incapaz de razonar más allá de su bolsillo, incluso cuando toma decisiones que lesionarán ese mismo bolsillo tiempo después.

Pero la realidad cultural es también la herencia de nuestro pasado lejano. Apenas hemos cambiado. Ya recordaba el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga que apenas hemos evolucionado desde la Edad de Piedra. Las bases del comportamiento social humano, tanto en lo simbólico como en lo emocional, son las mismas desde hace decenas de miles de años. Cambian las condiciones materiales y tecnológicas, pero amamos igual, odiamos igual, nos organizamos más o menos igual (como mucho ahora podemos elegir al jefe del grupo, incluso a mujeres, lo que ya es un gran avance) y tenemos los mismos miedos (la muerte, el hambre, la seguridad, lo desconocido, lo que no podemos controlar, el dolor). Sea lo que sea la nueva normalidad probablemente se parecerá horrorosamente a lo que había antes de febrero de 2020, y también es muy plausible pensar que durará tanto como el siguiente golpe, la inevitable crisis económica después de frenar en seco.

Más tarde o más temprano habrá una vacuna, o varias, también desarrollarán tratamientos para curar la enfermedad sin necesidad de vacunarse (porque darán más dinero), y el Covid-19 será un recuerdo más. Y para entonces ya no importará demasiado el pasado. Recuerden el impacto global que fue el 11-S, o el terremoto y tsunami en el Índico y luego el siguiente del Pacífico. El tiempo es un enterrador perfecto, un anestésico ideal. Luego está la perspectiva individual: hay gente que se ha enamorado en 2020 y revolotea feliz por encima del shock global, y otros probablemente ni sientan ni padezcan este año y recuerden con horror, por ejemplo, 2016 o 2011. Eso sin contar con las desgracias y las alegrías que se avecinan sin que lo sepamos. Así que no, la nueva normalidad no va a cambiar sustancialmente nada, si acaso nos meneará temporalmente, pero poco a poco volveremos a ser lo que éramos. Con algo más de paranoia sanitaria, pero eso se acaba por asimilar sin mucho problema.

Debemos reconocer los cambios reales que ha tenido la Humanidad con la perspectiva del tiempo, que muchas veces son producto de una lenta evolución, no de reacciones a golpes. Probablemente, en los últimos 1000 años haya un puñado de momentos clave por su influencia (la Peste Negra, la imprenta, la exploración del mundo, la Revolución Industrial, las vacunas, la computación, la energía nuclear, poco más). Pero más que cambios drásticos que hayan alterado la normalidad lo que han hecho es modularla. Piensen en la computación, que arrancó ya en los años 20 y 30, estalló en los 40 pero hubo que esperar otros 40 años más para que se metiera en nuestras casas, nuestras vidas. Hemos cambiado, sí, pero en la superficie: hace 300 años el pueblo disfrutaba de ejecuciones públicas, y hoy la pena de muerte es algo que se hace en privado, conciencia de culpa incluso en las sociedades más conservadoras. Sin embargo los vídeos más vistos en portales como YouTube suelen ser los más violentos, los de peleas, caídas, accidentes, persecuciones… el mono sigue siendo mono aunque se depile y use un ordenador.

No existe nada nuevo con nuestra especie. Cambian ciertas circunstancias legales, culturales y técnicas, pero los seres humanos (por desgracia en la mayoría de ocasiones) seguimos siendo los mismos desde la Edad de Piedra. Hace casi 10.000 años que existe la civilización humana como tal, primero increíblemente tosca, después aparentemente muy sofisticada, pero nuestras relaciones interpersonales, emociones, la manera de gestionar esas emociones y nuestro modus operandi es prácticamente el mismo desde entonces. Y en aquellos primeros pasos llevábamos sobre nosotros ya otros… ¿30.000, 40.000 años? de lenta acumulación. Todo es temporal. Nuestra civilización no soporta bien las ataduras, y finalmente las limitaciones terminan por saltar por los aires. Mucho más en una civilización como la occidental, donde el individuo es la medida de todas las cosas y su libertad personal es intocable (salvo cuando nos ponemos nosotros mismos el cepo al cuello, pero ésa es otra historia…). Puede que en Asia sí varíe algo el comportamiento social, donde tantas culturas glorifican el bienestar comunitario como parte del propio bienestar individual, donde existe esa responsabilidad social que aquí se ha difuminado. Sólo es cuestión de tiempo que volvamos a hacer lo mismo de antes.

La manipulación del fuego, la construcción del lenguaje, el nacimiento de la religión, la agricultura… todo lo demás son más bien cambios secundarios que pueden parecer determinantes pero que en realidad no lo son tanto si tomamos una perspectiva general de 10.000 años. La perspectiva, ver el bosque en lugar del árbol que tenemos delante. Tomar distancia y pensar en frío. Eso es lo que nos diferencia, no colgarnos de la liana. Seguimos construyendo nuestra identidad personal sobre elementos telúricos y primitivos: nuestra condición biológica, la familia, la pertenencia a un grupo determinado (por idioma, fe, nacimiento, aspecto físico, sexualidad, etc) y las condiciones materiales. Eso es algo que ya existía antes incluso de que la agricultura nos cambiara en el principio de los tiempos. El paso de básicos cazadores nómadas a agricultores y ganaderos sedentarios SÍ fue una nueva normalidad. Y al menos hasta el siglo XXI nuestra forma de vida tampoco varió tanto. Las pandemias o las guerras son condicionantes puntuales; lo que de verdad puede cambiarnos ya está entre nosotros y sí que nos va a transformar. Sigan leyendo.

Hay que diferenciar entre la normalidad variable y esa nueva normalidad que no llegará hasta que no haya un cambio evolutivo real en nuestra especie. Y para eso todavía falta. Aunque ya adivinamos que ese salto no tardará mucho. Es para discutirlo y desarrollarlo más adelante, pero la informática, la genética y la ya no tan lejana expansión fuera del planeta son los tres frentes que sí cambiarán de verdad nuestra normalidad, porque el marco general habrá mutado en otro totalmente distinto para el que la naturaleza biológica y la organización humana actual no está preparada. El giro va a ser tan brusco que nos obligará a evolucionar estructuralmente en poco tiempo lo que no hemos hecho en 10.000 años. Y será además un cambio radical y que afectará incluso a nuestra propia condición biológica. Consuélense pensando que la transformación será gradual, no por impacto, sino por una sucesión de golpes de timón en los que la cultura y la sociedad humana irá siempre a rastras y a rebufo. Por ahora es futuro ficción. Por ahora.

Mientras tanto lo que tenemos es una sociedad que usa mascarilla (temporalmente), que toma cierta distancia social (temporalmente), que se encierra en casa (temporalmente), que espera con ansia los tratamientos antivíricos y las vacunas para reducir esta variable de los coronavirus a una mera enfermedad controlable más como las hay por miles. Una vez que tengamos la cura regresaremos a nuestra vida común de siempre, cada cultura con sus propias circunstancias secundarias: fiestas, multitudes, tocarnos, mostrar cariño y amistad con el contacto, apretarnos en lugares públicos (algo que es común a todos los humanos, da igual de donde sean), celebrar la vida con un falso carpe diem mal entendido… Lo mismo que hace 10.000 años pero con teléfonos, redes sociales y máquinas voladoras. Seguimos siendo una tribu de la Edad de Piedra pero con la tecnología de una civilización a punto de colonizar otros planetas.

Si hay un/a Dios/a es probable que esté asustado/a (¿por qué debería ser masculino el concepto de divinidad…?) de cómo los niños bípedos siguen comportándose como una guardería, pero con armas nucleares y con ganas de extender el circo de la estupidez a otros mundos. Probablemente sea la imagen más certera sobre nuestra condición real: niños con juguetes de mayores. Les recuerdo a todos que algo tan ocasional, frívolo y primitivo como con quién practicamos sexo es poco menos que causa de guerra y tragedia para muchos humanos. Que pase hambre severa el 15% de la Humanidad, que la mitad de la especie nazca con menos derechos reales por tener los genitales equivocados, que malgastemos recursos no renovables como si no existiera un mañana, que dejemos atrás a los que nos parecen débiles porque los creemos un lastre, que nos sigamos agrupando por el color de la piel, los rasgos físicos o un idioma no nos escandaliza o avergüenza, pero (por ejemplo, aunque hay muchos) que nuestro vecino con bigote se acueste con un señor con barba y vivan juntos y quieran casarse puede molestarnos o incluso parecer un crimen abominable. Ése desfase entre lo que ya deberíamos ser y lo que somos en realidad es la fuente de todas nuestras desdichas.

Ojalá me equivoque, espero de verdad que sólo sea un misántropo decepcionado y desconfiado. Ojalá cambiemos para mejor y que ese paralelismo optimista y algo desmemoriado que dice que después de la Peste Negra llegó el Renacimiento y los principios de la Ciencia puede repetirse. De lo que se olvidan los que cuentan esto es que después de la Peste Negra también hubo 150 años de guerras encadenadas de una punta a la otra del continente, otras tantas epidemias, y que después del Renacimiento llegaron la Contrarreforma y los Autos de Fe. En serio, quiero equivocarme.