Casi toda la obra de Edgar Allan Poe está traducida al español, gracias en parte a Borges y Cortázar: consagrados de otro idioma transmitiendo el genio alucinado y extraño de quien soñó ser poeta pero terminó convertido en un mito entre la alucinación, los excesos, el romanticismo lacerante y la carga de ser un pionero, un adelantado a su tiempo que le uniría a la larga lista de los “malditos”: Edgar Allan Poe. Tan atormentado, alucinado y extremo como clásico generaciones después, convertido en un canon, parte invisible pero “muy visible” (contradictorio pero cierto) de la cultura popular y fuente en la que han bebido creadores de todo el mundo, sea cual sea su origen, idioma o ideas.

Desde su relativa pobreza material y la incomprensión que sufrió en vida (también relativa, porque en Estados Unidos fue pronto un referente para las fuertes minorías románticas y eclécticas del siglo XIX… aunque nada comparado a la explosión una vez muerto, claro), fue capaz de abrir un camino nuevo. Poe fue un autor difícil de comprender, capaz, él solo, de poner los cimientos del género negro con ‘Los crímenes de la calle Morgue’, que si bien no fue la primera (literalmente) sí al menos fue el referente de estilo y aproximación. Le dio una pátina de brillantez al género gótico literario y puso en el buen camino otro género de la modernidad, el terror, tanto en su vertiente psicológica como en la más clásica basada en la dimensión emocional. Y está considerado, igualmente, como uno de los primeros en describir lo que sería la ciencia-ficción (‘Manuscrito encontrado en una botella’, por ejemplo, reverenciado y fuente de inspiración de Ray Bradbury). Fue también periodista, crítico literario y editor. Y mucho más.

Poe fue un Prometeo que con su trabajo abrió una nueva forma cultural que muchos otros han explotado al máximo, reverenciado hasta el misticismo en EEUU, que presume de genio cuando en su tiempo fue arrinconado e incluso caricaturizado post mortem como un ser depravado y vicioso. Su atormentada vida y sus múltiples vicios como vía de escape a una personalidad tan creativa como tormentosa no ayudaron a su imagen en una época mucho más moralista que la actual. De haber vivido hoy probablemente habría encajado como un guante en el “sexo, drogas y rock & roll”, aunque más probablemente habría sido un “alcohol, drogas y literatura” hasta llevarlo al mismo punto en el que terminó él, atormentado y devastado entre los delirius tremens y la necesidad de que sus ensoñaciones y pesadillas brotaran sobre el papel.

Poe es complicado literariamente: su intensidad a la hora de escribir hace que cada palabra parezca vital y el fin del mundo. El lenguaje es en sus textos un arma psicológica más que un comunicador. Tan condensado y lírico que parece en ocasiones dar vueltas una y otra vez como un martillo y un cincel hasta dejar la idea-emoción perfectamente pulida en la psique de los que leen. Si hay un rasgo diferenciador es esa fuerza telúrica a la hora de escribir, en la que parece que muere con cada punto y seguido. Otros ya soñaron fantasías góticas y terroríficas antes que él, pero Poe les dio el punto de intensidad perfecto. Para subrayar el argumento crea circunloquios y monólogos interiores a través de sus narradores, en no pocas ocasiones en primera persona (con lo que consigue mayor identificación con la narración y más tensión), y con los que calcula efectos en el lector: le incita a meterse de lleno en la historia, le atrapa y le subyuga. Algo atípico en su tiempo, vital hoy en día. Y su temática, más cercana que nunca a nosotros.

El universo de símbolos y mensajes subterráneos de Poe son más fáciles de entender por nuestro tiempo que en el suyo, cuando eran tan originales o tan del gusto perverso de las minorías instruidas que le leían en Baltimore o Nueva York. El escapismo de la ficción, y varias décadas de consumismo cultural de los géneros que él alumbró, nos deja preparados para sus pesadillas. Hay una pulsación mística y depresiva en sus poemas, cuentos y ensayos. Sólo escribió una novela, ‘La narración de Arthur Gordon Pym’ (1838), pero la profusión de cuentos, escritos para los periódicos (era el formato elegido por ser más fácil de publicar), cimentó su leyenda y le lanzó un siglo antes a la difícil tarea de crear lo que hoy llamamos moderno. En sus palabras late la atmósfera que hoy consideramos normal en la ficción. Tensión dramática, misterio, lirismo visual, influencia de lo sobrenatural (muchas veces indirectamente)… el thriller que parece omnipresente en el cine y la TV. Poe fue un visionario que encajó mal en un mundo aún dominado por las referencias preindustriales y donde la saturación y el hastío cultural no se habían producido.

Su poesía fue mal recibida por la crítica, considerándola ampulosa, barroquista, demasiado artificial, pero sería un poema, ‘El cuervo’ (‘The Raven’), el que le daría la inmortalidad y fama en su tiempo. Mil veces adaptado y comentado, tiene en su honor haber sido llevado al cine y la TV en lugares tan dispares como Japón, España o EEUU, donde incluso los Simpson hicieron uno de sus especiales de Halloween basado en el poema. El teatro, la música o el cine han sido carnívoros de la obra de Poe, hasta el punto de que hoy en día es casi un cliché cultural más que una figura literaria. Ha superado en trascendencia a Lovecraft, por ejemplo, quizás más denso y oscuro que Poe (aunque con otras taras políticas mucho peores, como su racismo), pero hay que tener en cuenta que trabajaría casi 80 años después que él, cuando la sociedad era más cómplice de su universo. La crítica americana actual le considera una especie de pulpo creador cuyos tentáculos alcanzan casi todo: diseño, moda, estética, teatro, cine, TV, arte, cómic… y, obviamente, la literatura.

El alma atormentada (en ocasiones) da buenos frutos

Edgar Allan Poe fue una víctima de muchos accidentes vitales: espíritu introvertido, terriblemente romántico, hasta la náusea moral, dotado de un fatalismo que ensordecía cualquier tipo de optimismo para coger las riendas de su existencia, sacudido por la muerte temprana de su gran amor (Virginia Clemm, que se sugiere en las líneas de ‘El Cuervo’), el abandono familiar y la muerte de sus seres más queridos… y el tobogán perfecto para llegar hasta el alcohol. La idea de un Poe borracho y en pleno delirium tremens que tiene alucinaciones que luego plasmará en sus cuentos y poemas es muy suculenta, aunque poco realista. La bebida tuvo mucha influencia en su decrepitud final, una muerte todavía sin aclarar pero que por las descripciones y detalles apunta a un colapso por culpa del abuso del alcohol, o consecuencias de ello en su cuerpo. Este panorama le convirtió en un hombre débil y cerrado al mundo, enfermizo, perfectamente retratado en su poema ‘El cuervo’: solitario, atormentado, con la cabeza más en el otro mundo que en este, y con una fatalidad en cada instante vital que le conducía a un final muy sombrío.

Una de sus frases más memorables desnuda un alma fustigada: “Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche”. Como consecuencia de esta psique nació parte de la leyenda del maldito. Se creó, sobre todo a partir de la falsa biografía de R. W. Griswold, una imagen de bohemio asocial, vicioso, depravado y drogadicto que fue muy popular por ser la única referencia documental de su existencia. Sus enemigos le atosigaron incluso después de muerto (como Charles Dickens y Yeats, por citar dos), pero sería en la siguiente centuria cuando fuera recuperado y encumbrado, primero por los franceses (Valery y Baudelaire son vitales en el análisis y reanimación de su obra literaria) y luego por los americanos ya en los años 20 y 30. Sólo a través de sus seguidores literarios se puso en pie el edificio Poe: desde Ambrose Bierce (en cuyo ‘Diccionario del Diablo’ hay referencias escondidas al autor) hasta Maupassant, Faulkner, Kafka, el mencionado Lovecraft y los hispanoamericanos, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, que se metieron de lleno en la tarea de rescatarle.

De esa segunda vida nació la fiebre Poe que ha llevado incluso a abrir bares temáticos en ciudades que le vieron en vida, como Nueva York, donde es una referencia continua. Roger Corman, el alma mater de la serie B americana, no sería nadie sin el baúl de Poe, igual que la mayor parte de los giros del cómic de posguerra, cuando el mundo clásico del superhéroe dejó paso al nacimiento de la novela gráfica. Pero su tiempo fue otro. El realismo americano todavía no había surgido con fuerza. América estaba literariamente en pañales todavía y Poe fue el primer mito nacional de las letras, si bien su recuperación fuera muy posterior, ya en pleno siglo XX. En sus ensayos demuestra que su obra hay que leerla entre líneas, alejarse del lenguaje fácil y didáctico, sin tratar al lector como si fuera idiota; en contraposición, creará poderosas metáforas visuales, ambientes tétricos y una agonía psicológica que estará presente incluso en su legendaria ‘Los crímenes de la calle Morgue’, pilar fundamental del género negro y donde en la descripción de la vida del personaje principal en París, Auguste Dupin, da muestra de ser un alter ego de Poe por su reacción contra la vida burguesa y mundana.

Rechazó siempre que el arte se explicara, porque en su misterio simbólico anidaba gran parte de su atracción. Quizás por eso inventó el mecanismo “de la habitación cerrada”, la clave misma de ‘Los crímenes de la calle Morgue’, una estructura de raciocinio y deducción que luego Arhtur Conan Doyle llevaría a su cenit con Holmes. Su timidez social y personal desaparecía cuando escribía, buscaba ser original, desmarcarse del resto. Para ello tiró de todo el repertorio periférico: terror, paganismo, brujería, magia, leyendas populares, la ciencia que devoraba los resquicios de la religión, y el tono macabro del regusto en la muerte. La guadaña es una presencia continua: es, en realidad el personaje transversal de toda su obra, el catalizador de la gran mayoría de sus cuentos, poemas y escritos. La muerte y el ir y venir de los muertos, la descomposición, la huella de la no existencia. Es vital en ‘La caída de la Casa Usher’, y la amenaza real de ‘El pozo y el péndulo’, incluso justiciera en ‘El corazón delator’.

El resultado es una herencia tan diferenciada como universal; puede parecer contradictorio, pero Edgar Allan Poe ganó la inmortalidad literaria precisamente ignorando lo general para zambullirse en su particular universo. De los márgenes hacia el centro mismo. No dejen de leer nunca. Y no se olviden del alcohólico, el alucinado, el poeta.