Izquierda, derecha. Izquierda, derecha. Izquierda, derecha… El péndulo sociológico oscila una y otra vez. Que cada lado aproveche bien su breve tiempo de permanencia, porque no durará mucho. Más que fases son ya modas. A cada ola social le sigue otra, y luego una más, una y otra vez, sucesivamente, sin solución final, en un eterno péndulo que nunca deja de funcionar. O como hormigas en una cinta de Moebius infinita. Para bien, para mal, y para todo lo peor.

Los ilustrados (o al menos el puñado de mohicanos que sobreviven contra todo pronóstico) piensan que los problemas de la Humanidad se pueden resolver aplicando la Razón. El mayor pecado de la Ilustración fue no tener en mayor consideración la constante deriva humana hacia el sentimentalismo, que es la exacerbación de las emociones. Éstas tienen una utilidad para la vida más que evidente: alimentan la solidaridad, refuerzan la capacidad empática, mantienen unido al grupo, e incluso pueden cimentar una moralidad común con excelentes resultados. Pero cuando se mezclan con la política y se convierten en la base de una ideología o de un movimiento social degeneran en un monstruo incontrolable, irracional, embelesado con su éxtasis sentimental. Entonces ya no nos dirigimos racionalmente. Y peor, tampoco votamos por ideología, sino contra el otro. La sentencia de Víctor Márquez Reviriego, en la famosa “entrevista falsa” a Josep Pla (‘Auténticas entrevistas falsas’, 2012, publicadas antes en la revista Leer), se cumple: “España es un país de fanáticos, de onanistas y de perturbados”.

Toda sociedad occidental se mueve siempre por un péndulo cíclico que oscila una y otra vez de un lado al otro; pero si hay una constante es que a cada vaivén le seguirá otro en dirección contraria. Un alienígena con una base biológica diferente pensaría que los humanos son niños inconstantes (más que probable) incapaces de pactar y planificar a largo plazo para mejorar (¡bingo!). Pero desde aquí abajo no vemos más allá de esa alternancia. O puede que lo hayamos asumido para no desesperarnos luchando como Quijotes contra molinos de viento. Esto tiene su transmisión obvia en la esfera política: a cada gobierno conservador le sigue otro progresista. en ocasiones el giro puede ser largo (como cuando gobernaba Felipe González), o puede ser corto (una legislatura y poco más, como Manuela Carmena). A Felipe le siguió Aznar, y a éste Zapatero, luego Rajoy, ahora Sánchez. Bastan dos años en el poder para que el desgaste de gobernar pase factura, y que la misma ciudadanía que votó por un color se dé cuenta de que nada de lo prometido va a cumplirse, que en realidad han votado contra el otro.

Es posible que en España haya incluso una horquilla temporal: entre 7 y 8 años. Si eliminamos al prometeico Adolfo Suárez (tan contradictorio como útil) y al encantador de serpientes de Felipe González, que con sus 14 años de mandato compensaba políticamente el movimiento pendular de 40 años de dictadura nacional-católica (Guerra Civil y tiranía mediante), ése es el tiempo medio que han gobernado Aznar, Zapatero y Rajoy. Sánchez lleva dos años y una pandemia que probablemente le enterrará, porque no hay peor votante que el ciudadano agobiado y estresado que sólo piensa en los cinco minutos anteriores y los cinco minutos siguientes. Si llega a 2023 será un milagro. Cada vez nos duran menos, quizás porque el péndulo acelera.

También puede pasar que los ciclos se estén acortando porque la sociedad ha entrado en una indefinición cada vez más grande, alimentada por una sobreexposición a estímulos de comunicación, mediáticos y crisis encadenadas que han sacado de los raíles a esa sociedad. Somos bombardeados constantemente con discursos, ruedas de prensa, comunicados y, en el colmo del infantilismo, con reacciones en caliente de apenas 140 caracteres en un mundo virtual que sólo entorpece el real. Somos más impacientes, más inestables, más inconstantes. Y por lo tanto menos racionales, eficientes o coherentes. Somos presa de una falsa marea y la “campaña eterna” de partidos políticos, que ya han completado su mutación de representantes políticos a organizaciones privadas con intereses propios que casi nada tienen ya que ver con los civiles. La forma de compensar esta manipulación sería construyendo una sociedad civil autónoma que funcionara como redes encadenadas, pero…

Así que si es de izquierdas y la marea creciente de la derecha le horroriza, no se preocupe, todo es temporal. Pasará. Dejará algún poso. Puede que Pablo Casado termine por ser presidente (si Rajoy pudo, él también), y entonces el péndulo tocará un lado y casi al instante comenzará a deslizarse al contrario. Y si es de derechas y se ilusiona por un nuevo ciclo conservador, piense que vive en una sociedad inestable, pegajosa y sentimental, incapaz de elegir una senda a largo plazo, y que las risas de hoy son las lágrimas de mañana. Aproveche el momento. O mejor aún: que ambos intenten dejar de ser unos fanáticos, onanistas ideológicos o perturbados emocionales. Les irá mejor. Y quizás así, sumando pequeñas revoluciones individuales (las únicas que funcionan), podamos construir una sociedad mejor, que es el verdadero objetivo final de todo lo humano.