Termina un año malo para una cuarta parte del mundo. En líneas generales, para la mitad del orbe ha sido bueno: se han reducido las diferencias económicas y hay menos pobres. Para una cuarta parte todo sigue igual: son tan pobres como en 2015, y muchos incluso han perdido país, derechos y vidas. Pero para la otra cuarta parte ha sido nefasto, es decir, para todos nosotros, los occidentales. Un año triste, gris, mediocre, en el que por primera vez en mucho tiempo no tocamos fondo en la cómoda piscina de suave decadencia que habíamos heredado de 1989.