Ante todo, y por encima de casi todo, los escritores valoran y viven por y para lo que crean. En el caso de Walt Whitman esto alcanzó unas cotas difíciles de superar. Su propia existencia formó parte de una particular puesta en escena en la que ética y estética se confundieron para dar salida a un bardo vitalista y libérrimo que pretendía fundar una identidad nacional con palabras. Tal cual. Como un Homero americano que quiso darle a sus compatriotas lo que la Ilíada y la Odisea le dieron a Grecia y Occidente.