Repetid esta frase como un mantra: no es Brasil, son los brasileños; no es Estados Unidos, son los estadounidenses; no es Italia, son los italianos; no es Hungría, son los húngaros… La culpa del auge de la derecha radical no es de los países, sus culturas o los payasos que eligen como líderes. Nos hemos acostumbrado a centrar la responsabilidad en un elemento o dos, como si Trump o Bolsonaro fueran luciferinos con un plan. No hay plan, son el síntoma. No hay que combatirles a ellos, sino a los votantes, con sus miedos y su respuesta mediocre ante desafíos nuevos. La masa sentimental siempre es el verdadero problema. Ni siquiera las culturas: en los rasgos identitarios brasileños o norteamericanos no hay un elemento fascista igual que no lo hay en Alemania o España. El miedo que domina a la gente es el problema, y hay que combatirlo sin histeria ni parches, desde abajo.