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El péndulo eterno, la cinta de correr sin fin

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Izquierda, derecha. Izquierda, derecha. Izquierda, derecha… El péndulo sociológico oscila una y otra vez. Que cada lado aproveche bien su breve tiempo de permanencia, porque no durará mucho. Más que fases son ya modas. A cada ola social le sigue otra, y luego una más, una y otra vez, sucesivamente, sin solución final, en un eterno péndulo que nunca deja de funcionar. O como hormigas en una cinta de Moebius infinita. Para bien, para mal, y para todo lo peor.

La pandemia (8) – Trabajar el futuro

El futuro es un lienzo sobre el que podemos dibujar, el presente es una realidad que apenas controlamos, el pasado es una carga incesante. Sólo podemos hacer una cosa por nosotros mismos, y es intentar conducir el futuro, no con detalles pero sí al menos con un mínimo de planificación, aprovechar la situación de extrema necesidad para hacer cambios duraderos. De lo contrario la combinación infinita de condiciones de la realidad tomará vida propia y nos limitaremos a tragar con lo que venga mientras se nos va el presupuesto en llantos, cacerolas y pataletas.

La pandemia (7) – La falsa guerra política

Las crisis sanitarias tienen la virtud de desnudar al Emperador y dejarlo ante sus propias vergüenzas. Lo que ha dejado esta pandemia que no termina es el efecto de darse de bruces con la realidad. Pocos países hay en el mundo tan adictos políticamente a la gasolina y las cerillas como España. La democracia española es una “partitocracia” donde las redes de poder no respetan ni el sufrimiento de la sociedad ante una enfermedad que parece un francotirador sádico. Al margen del juego de la ruleta rusa del PP, empeñado en reaccionar como lo han hecho todos los partidos conservadores históricamente (sólo puedo gobernar yo, todo lo demás es caos), y de la tendencia al personalismo excluyente del PSOE (ya lo decía mi padre, ése partido es su líder y lo demás son circunstancias), la decepción del pueblo respecto a sus próceres es inmensa, generalizada y no augura nada bueno.

Aquella lejana provincia de Bruselas…

Lo que empezó como una siniestra broma sádica toma cuerpo. Cuatro elecciones en cuatro años. Cambian los actores, cambian las caras, suben unos y bajan otros, como en una noria, pero la música es la misma. Los que soñaron con romper el bipartidismo no entendían que un cristal quebrado en muchos trozos es mucho más endeble. Ante la incapacidad del sistema y de sus actores principales (partidos, movimientos sociales, instituciones), quizás haya llegado la hora de echar el cierre al país y pensar a lo grande. A lo muy grande. Sólo así este pedazo del mundo podría tener más sentido y su ciudadanía ganar algo.

La (relativa) inutilidad de los partidos políticos

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Ya ha pasado, está ocurriendo y probablemente volverá a suceder: la clase política, organizada en torno a redes de intereses ideológicos y comerciales concretos, vuelve a fallar a la ciudadanía. Es posible que no haya gobierno de izquierdas, ni de derechas, y que el excelente resultado electoral de abril para la izquierda se evapore por algo tan abstracto, irreal y frívolo como la ideología y las rencillas personales. España, hasta ahora, tenía dos problemas (su sistema productivo y la anestesia social); ya es oficial, la clase política es la tercera losa en la lista.

Educación y ciencia: del chamán al gato de Schrödinger

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La cultura no se reduce a artes, literatura y filosofía. La Humanidad ya rompió la barrera preindustrial hace tiempo, y la ciencia forma parte de nuestra existencia mucho más de lo que ningún escéptico pueda pensar. En los últimos 50 años la ciencia y la tecnología han pasado a formar parte de nuestro mundo más allá de ser asunto de una élite. Ya es parte de la cultura, por lo que se exige un mínimo de conocimiento científico que en España no existe. Pero eso se cura como toda ignorancia: leyendo. Porque tiene consecuencias a todos los niveles.

Ucronía: si España fuera como Suiza…

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Una de las cosas más divertidas de este mundo es jugar al “¿Y sí…?”, ese ejercicio de ucronía continuo en el que fantaseamos qué pasaría si esto hubiera sido aquello, si en lugar de tomar aquella decisión aquel día hubiéramos tomado la otra. Es tan divertido que incluso hay un subgénero literario y cinematográfico entero para recrearlo, y que arrancó con ‘El hombre en el castillo’ de Philip K. Dick. Pero esa es otra historia. Ahora vamos a hacer ucronía: ¿qué pasaría si España fuera como Suiza, si hubiese, en algún momento de su Historia, quizás el siglo XVIII o XIX, optado por ese camino confederal y democrático hasta la extenuación?

Ni trabajo seguro, ni patrón inteligente

Tenemos un problema muy serio: una mayoría de empresas españolas siguen el dictado del cliché de Juan Rosell de trabajo barato e ineficaz; pagan mal, tratan peor y no piensan en el futuro. El resultado es que, salvo las más grandes, las empresas españolas son un espejo de todo lo que no hay que hacer. El siglo XXI será el de los trabajadores avanzados y proactivos, no el de los esclavos de usar y tirar que los clichés ibéricos buscan.