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¡Ciao Britannia!

Boris ha ganado. Arrollando. Todo listo para el divorcio de la vieja Britannia romana del continente. Tiene mayoría para sacar adelante el Brexit sí o sí, duro o blando, abrupto o negociado. Esto se ha hecho tan largo que ya casi es deseable la marcha de un socio que nunca fue leal, que parecía disfrutar como lastre para la integración europea. Gran Bretaña (aunque aquí habría que decir Inglaterra, como ha quedado demostrado varias veces por la resistencia de Escocia, Gales e Irlanda del Norte a salir de la UE) ya tiene vía libre para marcharse y encontrar su camino bajo las estrellas, sea cual sea, aunque muy probablemente (demasiado) cerca de las 50 estrellas de su antigua colonia. Y Europa, por fin, podrá despejar el horizonte para mejorar.

No es el sistema, son las personas

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Masa de gente en ByN - recurso

Repetid esta frase como un mantra: no es Brasil, son los brasileños; no es Estados Unidos, son los estadounidenses; no es Italia, son los italianos; no es Hungría, son los húngaros… La culpa del auge de la derecha radical no es de los países, sus culturas o los payasos que eligen como líderes. Nos hemos acostumbrado a centrar la responsabilidad en un elemento o dos, como si Trump o Bolsonaro fueran luciferinos con un plan. No hay plan, son el síntoma. No hay que combatirles a ellos, sino a los votantes, con sus miedos y su respuesta mediocre ante desafíos nuevos. La masa sentimental siempre es el verdadero problema. Ni siquiera las culturas: en los rasgos identitarios brasileños o norteamericanos no hay un elemento fascista igual que no lo hay en Alemania o España. El miedo que domina a la gente es el problema, y hay que combatirlo sin histeria ni parches, desde abajo.

La elegante caída de la hoja de otoño

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Europa no tiene buena memoria. Será porque es vieja y su población envejece a gran ritmo mientras es incapaz de refrescar su base de población. No hay ideología, tradición, mito nacional, étnico o cultural que resista la inevitabilidad de la mecánica universal, la física o la demográfica. Cada vez hay más ancianos, más jubilados que no trabajan, y éstos, por definición no son ni arriesgados, ni reformadores, ni intrépidos ni emprendedores. Algunos sí, pero son un puñado original que no suma. Sin políticas familiares reales que ayuden a refrescar la población, en guerra con la emigración porque nos ensucia el paraíso virtual de nuestros estados-nación seculares (y que es imprescindible económicamente), enterrados en vida en el terruño, Europa no espabila. No se trata de política, sino de demografía y cambio.

Aquella gris mañana de junio

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Por cada pesimista hay un optimista, y por cada uno de estos ciegos y sordos hay un sensato realista (que no piensa en lo peor ni en lo mejor que puede suceder, sino que busca soluciones) sepultado por el miedo o la esperanza banal de los otros. Sensatez, la mayor de las virtudes, la gran olvidada. La que le falta a Europa partida en dos, a España también; dos bandos, los que luchan por salvar una civilización que no espabila y los que se repliegan sobre la tribu y añoran a los machos alfa que simplifican un universo complejo. Qué bueno es no tener que pensar, que ya se encargan otros de conducir al rebaño.

Así se rompe una sociedad plural

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Es bueno que los demás se equivoquen. Es mucho mejor que asistamos en directo a sus errores. La simple observación, cierto grado de empatía con el que comete el fallo y una reflexión práctica te enseña a no tropezar en la misma piedra. Al menos esa es la teoría, pero los humanos siempre cometen errores similares. Y son una masa que se mueve por dinámicas aleatorias y emotivas, no por racionalismo. Dos ejemplos: EEUU y Gran Bretaña, dos crisoles culturales que han decidido tirar por la borda un modelo. Veremos lo que no hay que hacer, lo que puede destruir una sociedad plural y enriquecida, el acto de quemar las naves sin heroísmo alguno. Porque han elegido el camino más fácil y reduccionista, y lo más probable es que no funcione.

El siglo de los clavos ardientes

A perro flaco, todo son pulgas. No son buenos tiempos para que las ideas prosperen, con la gente dejándose acunar lentamente por el miedo, agarrados todos al altar, la nación, la patria, la ideología o cualquier clavo ardiendo que les libere de ese pánico nacido en el bolsillo y que se ha expandido a todos los niveles. El miedo es libre, galopa sin control y convierte Europa en un edificio agrietado por donde aparecen los huesos de los abuelos.

¿Y ahora, que, Britania?

Ya está: los británicos han votado y han decidido irse de la Unión Europea. A partir de aquí puede pasar cualquier cosa, pero desde luego la sacudida va a tener repercusiones en toda Europa y en el mundo. Este planeta es una red interconectada, ya no existe eso llamado “independencia” y sólo los peligrosos ingenuos (los que siempre ayudan a los malvados con su estupidez) creen que puede ser bueno. De todas formas vamos a intentar vaticinar algo: cosas buenas, malas y consecuencias del Brexit.

La Ilustración aún no ha terminado

Somos todos hijos de un siglo tremendo, el XVIII, una explosión cuyas ondas todavía se sienten hoy. En su fase final, tan importante casi como todo lo anterior y posterior, se produjeron los movimientos políticos, sociales y culturales que nos definen. Pero ese siglo estuvo marcado por la Ilustración, cuyos valores supuestamente quedaron como legado, pero que a día de hoy todavía no se han cumplido en realidad.