No hay dinero para nada, para nadie. Ni para celebrar a Cervantes como se merece. Si en lugar de ser español hubiese sido francés, alemán o británico todo el planeta retumbaría con el aplauso cerrado, las ediciones, conferencias, exposiciones y mil fiestas culturales más. Pero las penurias económicas son fáciles de combatir: sólo hace falta leer. Pero eso es todavía exigir más que una bolsa de monedas.