España es un país donde se mata al mensajero, sea sincero o no, esté dominado o no por su empresa. El último ejemplo es la crítica de Pablo Iglesias contra un periodista de El Mundo, un buen ejemplo de que no importa quién sea el supuesto ofendido de turno, todos, independientemente de su ideología o condición, no soportan las críticas. Lo malo es que esos mismos medios enajenados con Pablo Iglesias no mueven un dedo cuando son otros los que zapatean sobre la dignidad del oficio periodístico.