La palabra “país” es bastante inerte, ya que evita decir “nación”, “patria”, “estado”, “reino” o “república”, que están cargadas de ideología y herencias pesadas como bolas de acero en los pies. Pero hay otra aún más abierta, “ciudadanía”, que, irónicamente, es la más importante de todas ya que nos define jurídica y legalmente frente al Estado. Todo lo demás (“español”, “católico”, “vasco”, “catalán”, “ateo”, etc) es subjetivo, volátil y sin consideración real. Y para los españoles aún más: no hay muchas sociedades humanas con tal grado de disgusto consigo misma ni más ganas de fustigarse, pero en la condición civil encontramos refugio. Fruto de ese continuo desasosiego de país se han generado tres formas peculiares de ser ciudadano en este rincón del mundo (el kantiano, el tribal, el utilitarista), más una cuarta que aunque parezca ilusoria promete tener futuro.