Las crisis sanitarias tienen la virtud de desnudar al Emperador y dejarlo ante sus propias vergüenzas. Lo que ha dejado esta pandemia que no termina es el efecto de darse de bruces con la realidad. Pocos países hay en el mundo tan adictos políticamente a la gasolina y las cerillas como España. La democracia española es una “partitocracia” donde las redes de poder no respetan ni el sufrimiento de la sociedad ante una enfermedad que parece un francotirador sádico. Al margen del juego de la ruleta rusa del PP, empeñado en reaccionar como lo han hecho todos los partidos conservadores históricamente (sólo puedo gobernar yo, todo lo demás es caos), y de la tendencia al personalismo excluyente del PSOE (ya lo decía mi padre, ése partido es su líder y lo demás son circunstancias), la decepción del pueblo respecto a sus próceres es inmensa, generalizada y no augura nada bueno.