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El péndulo eterno, la cinta de correr sin fin

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Izquierda, derecha. Izquierda, derecha. Izquierda, derecha… El péndulo sociológico oscila una y otra vez. Que cada lado aproveche bien su breve tiempo de permanencia, porque no durará mucho. Más que fases son ya modas. A cada ola social le sigue otra, y luego una más, una y otra vez, sucesivamente, sin solución final, en un eterno péndulo que nunca deja de funcionar. O como hormigas en una cinta de Moebius infinita. Para bien, para mal, y para todo lo peor.

Tres tipos de ciudadanía (y la cuarta en proceso)

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La palabra “país” es bastante inerte, ya que evita decir “nación”, “patria”, “estado”, “reino” o “república”, que están cargadas de ideología y herencias pesadas como bolas de acero en los pies. Pero hay otra aún más abierta, “ciudadanía”, que, irónicamente, es la más importante de todas ya que nos define jurídica y legalmente frente al Estado. Todo lo demás (“español”, “católico”, “vasco”, “catalán”, “ateo”, etc) es subjetivo, volátil y sin consideración real. Y para los españoles aún más: no hay muchas sociedades humanas con tal grado de disgusto consigo misma ni más ganas de fustigarse, pero en la condición civil encontramos refugio. Fruto de ese continuo desasosiego de país se han generado tres formas peculiares de ser ciudadano en este rincón del mundo (el kantiano, el tribal, el utilitarista), más una cuarta que aunque parezca ilusoria promete tener futuro.

La pandemia (8) – Trabajar el futuro

El futuro es un lienzo sobre el que podemos dibujar, el presente es una realidad que apenas controlamos, el pasado es una carga incesante. Sólo podemos hacer una cosa por nosotros mismos, y es intentar conducir el futuro, no con detalles pero sí al menos con un mínimo de planificación, aprovechar la situación de extrema necesidad para hacer cambios duraderos. De lo contrario la combinación infinita de condiciones de la realidad tomará vida propia y nos limitaremos a tragar con lo que venga mientras se nos va el presupuesto en llantos, cacerolas y pataletas.

Aquella lejana provincia de Bruselas…

Lo que empezó como una siniestra broma sádica toma cuerpo. Cuatro elecciones en cuatro años. Cambian los actores, cambian las caras, suben unos y bajan otros, como en una noria, pero la música es la misma. Los que soñaron con romper el bipartidismo no entendían que un cristal quebrado en muchos trozos es mucho más endeble. Ante la incapacidad del sistema y de sus actores principales (partidos, movimientos sociales, instituciones), quizás haya llegado la hora de echar el cierre al país y pensar a lo grande. A lo muy grande. Sólo así este pedazo del mundo podría tener más sentido y su ciudadanía ganar algo.

La elegante caída de la hoja de otoño

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Europa no tiene buena memoria. Será porque es vieja y su población envejece a gran ritmo mientras es incapaz de refrescar su base de población. No hay ideología, tradición, mito nacional, étnico o cultural que resista la inevitabilidad de la mecánica universal, la física o la demográfica. Cada vez hay más ancianos, más jubilados que no trabajan, y éstos, por definición no son ni arriesgados, ni reformadores, ni intrépidos ni emprendedores. Algunos sí, pero son un puñado original que no suma. Sin políticas familiares reales que ayuden a refrescar la población, en guerra con la emigración porque nos ensucia el paraíso virtual de nuestros estados-nación seculares (y que es imprescindible económicamente), enterrados en vida en el terruño, Europa no espabila. No se trata de política, sino de demografía y cambio.

Aquella gris mañana de junio

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Por cada pesimista hay un optimista, y por cada uno de estos ciegos y sordos hay un sensato realista (que no piensa en lo peor ni en lo mejor que puede suceder, sino que busca soluciones) sepultado por el miedo o la esperanza banal de los otros. Sensatez, la mayor de las virtudes, la gran olvidada. La que le falta a Europa partida en dos, a España también; dos bandos, los que luchan por salvar una civilización que no espabila y los que se repliegan sobre la tribu y añoran a los machos alfa que simplifican un universo complejo. Qué bueno es no tener que pensar, que ya se encargan otros de conducir al rebaño.

Turismofobia, la parte del cuento sin narrar

La sobredimensión del sector turístico ha puesto en pie de guerra a los vecinos de Barcelona, a Madrid al borde de empezar a tener un problema serio de vivienda (que va para el turismo y no para los ciudadanos), y al resto con los espacios públicos ocupados por la lógica del dinero fácil del turismo. Lo que empezó siendo un anexo y una muleta perfecta para crecer se ha convertido en una sombra que estrangula a la población, que tiene que lidiar con turismo barato y caótico. Y claro, pasa lo que tenía que pasar: la reacción contraria, de Barcelona a Palma pasando por Madrid.

Los hombres que (de verdad) no amaban a las mujeres

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Realmente hay que darle las gracias a Stieg Larsson por el título de la primera novela de la saga Millenium, porque creó un nicho simbólico que resumía muy bien a esa legión de hombres que no entienden que cualquier construcción masculina basada en la discriminación directa o indirecta del 50% de la Humanidad es un lastre, una condena al fracaso y fuente inagotable de vergüenza presente y futura. Y muy mal negocio, por cierto. Las marchas de mujeres tras la toma de posesión de un misógino como Trump son un ejemplo de que esta actitud suicida está más presente que nunca.