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El péndulo eterno, la cinta de correr sin fin

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Izquierda, derecha. Izquierda, derecha. Izquierda, derecha… El péndulo sociológico oscila una y otra vez. Que cada lado aproveche bien su breve tiempo de permanencia, porque no durará mucho. Más que fases son ya modas. A cada ola social le sigue otra, y luego una más, una y otra vez, sucesivamente, sin solución final, en un eterno péndulo que nunca deja de funcionar. O como hormigas en una cinta de Moebius infinita. Para bien, para mal, y para todo lo peor.

Tres tipos de ciudadanía (y la cuarta en proceso)

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La palabra “país” es bastante inerte, ya que evita decir “nación”, “patria”, “estado”, “reino” o “república”, que están cargadas de ideología y herencias pesadas como bolas de acero en los pies. Pero hay otra aún más abierta, “ciudadanía”, que, irónicamente, es la más importante de todas ya que nos define jurídica y legalmente frente al Estado. Todo lo demás (“español”, “católico”, “vasco”, “catalán”, “ateo”, etc) es subjetivo, volátil y sin consideración real. Y para los españoles aún más: no hay muchas sociedades humanas con tal grado de disgusto consigo misma ni más ganas de fustigarse, pero en la condición civil encontramos refugio. Fruto de ese continuo desasosiego de país se han generado tres formas peculiares de ser ciudadano en este rincón del mundo (el kantiano, el tribal, el utilitarista), más una cuarta que aunque parezca ilusoria promete tener futuro.

La pandemia (9) – La falsa nueva normalidad

Falsa porque el ser humano es tremendamente persistente en sus errores, los cuales comete una y otra vez, en diferentes versiones y dimensiones. El golpe no ha sido tan fuerte (todavía), pero sí podría ser el principio de una cadena de impactos que sí podrían, a largo plazo, provocar un cambio. “Nueva normalidad” es un concepto basado en la idea apresurada de que la pandemia va a cambiar sociológicamente y materialmente nuestra cultura, lo cual es tremendamente ingenuo y es probable que esconda algún tipo de intencionalidad camuflada. El legado del Covid-19, como ha ocurrido en casi todas las pandemias y giros violentos de nuestra especie, va a ser más complejo e incontrolable de lo que pensamos.

La pandemia (8) – Trabajar el futuro

El futuro es un lienzo sobre el que podemos dibujar, el presente es una realidad que apenas controlamos, el pasado es una carga incesante. Sólo podemos hacer una cosa por nosotros mismos, y es intentar conducir el futuro, no con detalles pero sí al menos con un mínimo de planificación, aprovechar la situación de extrema necesidad para hacer cambios duraderos. De lo contrario la combinación infinita de condiciones de la realidad tomará vida propia y nos limitaremos a tragar con lo que venga mientras se nos va el presupuesto en llantos, cacerolas y pataletas.

La pandemia (6) – La responsabilidad individual (y no te va a gustar)

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Pocas veces hemos tenido que enfrentarnos con tanta fuerza a la necesidad de apuntalar la responsabilidad individual como durante la pandemia. Y muy pocas veces también ha surgido la duda de si la población está dispuesta a asumir el otro lado de la libertad individual, los deberes imprescindibles para que una sociedad funcione. Mañana empieza la fase 1 en muchas provincias, y veremos hasta qué punto respondemos como sociedad civilizada. Porque una minoría ya ha demostrado, desde que se pudo salir con niños, que no todos entienden que no hay libertad sin responsabilidad. Aviso: a nadie le gusta que le recuerden sus errores, son libres de parar de leer y mandarnos a… donde les apetezca, este es un país libre. Relativamente y temporalmente confinado, pero libre.

La pandemia (1) – El miedo

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El miedo es una parte más de nuestra naturaleza. En las cantidades justas nos ayuda a sobrevivir en un mundo hostil incluso cuando gozamos de amplios recursos; fustiga el instinto, agudiza la percepción y el juicio rápido. Pero es como un vaso: si acumulamos demasiado y el vaso se llena, termina por desbordar. Entonces dejamos de ser racionales para convertirnos en muñecos de trapo dominados por ese miedo, perdemos el control sobre nosotros mismos, y si hay personas queridas vinculadas se multiplica aún más. El ser humano deja de comportarse de forma equilibrada, sensata, justa o inteligente; toda construcción ética y valor moral desaparecen para dejar al aire lo que siempre hemos sido en cuanto rascamos un poco: lobos solitarios. Sálvese quien pueda. Basta que desborde un poco ese vaso para que la civilización se desmorone. El coronavirus es un ejemplo perfecto de lo endebles que son los valores humanos, pero también de lo conscientes que somos de esa debilidad.

Hogar, dulce (vulcaniano) hogar

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A Marte los humanos emigrarán por estampida ante el horror formado en la bola azul. Quizás allí podamos construir una versión mejorada de la civilización humana, algo parecido a lo que deberíamos ser si nos consideramos seres racionales e inteligentes. Pero primero quizás habría que mejorar aquí en la bola azul, evolucionar antes de viajar. El salto. Siempre el salto: ese gesto sin realizar, en eterna dilación y espera, que nos haría mejores. No llega, y la parte de la Humanidad que es consciente de la situación sueña una y otra vez con el reseteo lejos. Escapar no arreglará nada.

Aquella gris mañana de junio

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Por cada pesimista hay un optimista, y por cada uno de estos ciegos y sordos hay un sensato realista (que no piensa en lo peor ni en lo mejor que puede suceder, sino que busca soluciones) sepultado por el miedo o la esperanza banal de los otros. Sensatez, la mayor de las virtudes, la gran olvidada. La que le falta a Europa partida en dos, a España también; dos bandos, los que luchan por salvar una civilización que no espabila y los que se repliegan sobre la tribu y añoran a los machos alfa que simplifican un universo complejo. Qué bueno es no tener que pensar, que ya se encargan otros de conducir al rebaño.